Agro: un negocio de alto riesgo.

Cualquier actividad a cielo descubierto es riesgosa, y el campo no es la excepción. Solo para resumir las últimas campañas se puede destacar la seca de la primera parte de 2012, las inundaciones en la Pampa Húmeda de agosto/septiembre pasado, nuevamente la seca del último verano, y luego las heladas tempranas de marzo, seguidas por calores –casi veraniegos– hasta fines de abril.

Esto, en el caso de las provincias del norte, se agrava más aún ya que llevan 2,5 años de seca, tal el caso de Salta, Tucumán, Catamarca, norte de Córdoba, Santiago del Estero, buena parte del Chaco, etc.

Si se considera que cada campaña tiene un costo que oscila entre los US$ 7.000/9.000 millones de dólares “billete”, o sea, entre $ 80.000/90.000 millones según hizo saber la Mesa de Enlace a fines del año pasado, entonces, es fácil sacar la cuenta de las pérdidas que conlleva la actividad. La cifra sube mucho más si se estima “lo que se deja de ganar” con cada contingencia climática.

Pero si el clima opera casi como una espada de Damocles sobre los productores, peor aún es el riesgo que hoy implican los funcionarios, ya que determinan una inestabilidad en las reglas de juego como casi no hay precedentes, y que prácticamente impiden inversiones de mediano/largo plazo.

Las recientes noticias sobre capitales agrícolas que están dejando el país para concentrarse más en Brasil no son una novedad. La tendencia es permanente y creciente, por lo menos en los últimos 5/7 años, y es lo que justifica el crecimiento de la producción agrícola, por ejemplo, en Uruguay, donde recalaron (con sus conocimientos a cuestas) varios empresarios locales abrumados por la presión impositiva y la inestabilidad de las normas en Argentina.

También se fueron a Bolivia, Paraguay, Brasil, Colombia, Venezuela y hasta a Estados Unidos.

No es para menos. En ningún lugar les aplican quitas en los precios de sus productos, calculados al tipo de cambio oficial, de 23% a 35%, antes de descontar gastos, y al margen de todos los restantes gravámenes, como ocurre con las retenciones en Argentina.

También los “Roes”, básicamente permisos de exportación que se manejan con absoluta arbitrariedad, constituyen un demoledor freno a las inversiones, casi imposible de explicar a un empresario o inversor extranjero.

Las restricciones para importar insumos o bienes de capital, los atrasos en la devolución de impuestos como el IVA, los reintegros o las intempestivas modificaciones de beneficios como las preferencias, etc., como ocurrió recientemente con los plantas de biocombustible que se habían construido amparadas en un régimen de preferencias que cambió de la noche a la mañana volviéndolas antieconómicas, son solo un ejemplo que ilustra el porqué de la negativa de los capitales a venir a la Argentina.

Peor aún, justifican, para algunos plenamente, el porqué se van varios de los que vinieron (los brasileños, por caso), y hasta los locales van saliendo, o preparan las valijas…

La falta de infraestructura, los trámites engorrosos, las superposiciones y hasta las aduanas interiores se suman para complicar a cualquiera que quiera invertir en el interior. Ni hablar si el objetivo es la agregación de valor con mano de obra intensiva pues, en ese caso, las cargas laborales son tan extraordinarias (por lo altas) que sacan de carrera al más eficiente.

Pero tal vez, lo más nocivo de todo lo enumerado esté pasando por la política cambiaria, el nivel del tipo de cambio, la imposibilidad de girar dividendos legítimamente ganados, etc.

Es que a todo esto hay que calcularle la retención implícita en el régimen de tipo de cambio múltiple (oficial versus blue) que, sumada al recorte anterior, está dando una quita o retención efectiva para el campo, de alrededor de 70%, ya que por ejemplo, a los productores de soja les pagan con un dólar de $ 3,20, contra un oficial de $ 5,30, y un dólar “billete” de más de $ 8.

Si a esto se le agregan el resto de los impuestos, el campo supera el 85% (¡!) de presión impositiva y entonces, si alguien es capaz de sobrevivir a semejante expoliación, prácticamente confiscatoria, se estaría frente a un verdadero milagro.

Y como no es el caso, entonces a lo que se asiste en realidad es a una política que está matando a la Argentina productiva.