Campo: frente a un futuro cada vez más incierto.

Si bien casi todo el mundo sabe que los períodos pre eleccionarios tienden a ser confusos, con proliferación de promesas (oficialistas) y críticas desmesuradas (de la oposición), y en los que generalmente gran parte del empresariado opta por postergar decisiones –e inversiones–, hasta conocer los resultados políticos, en esta oportunidad el efecto está siendo sensiblemente mayor, al punto que en algunos sectores la inmovilidad ya es prácticamente total.

En este contexto, el campo, cuyas decisiones tienen efecto en el mediano y largo plazo, y que además soporta las exigencias y restricciones que le impone la naturaleza (épocas de siembra, suelos, disponibilidad de agua, etc.), sufre estas circunstancias bastante más que otros sectores, obligándolo a ser especialmente cauteloso a la hora de tomar la decisión de “enterrar” semejante cantidad.

Solo esto ya justificaría el atraso registrado en las negociación de arrendamientos de tierras para la campaña 12/13 que aún no finaliza, o la demora en las compras de insumos, entre otras cuestiones.

Pero en realidad, esto sería casi “menor” al lado de otras cuestiones.

Es que para invertir 7.000/8.000 millones de dólares, que es lo que cuesta aproximadamente cada campaña, cualquier empresario tomaría más de un recaudo considerando que, desde el vamos, la actividad tiene el riesgo de los precios en los mercados internacionales (que, si bien tienen niveles razonables, distan de los máximos de hace meses atrás, y no parecen demasiado alcistas por ahora), y especialmente del clima, que tampoco aparece muy estable, aunque por ahora hay más humedad disponible en el suelo que a esta misma altura del año pasado.

Pero más que estas cuestiones, con las que los productores están acostumbrados a lidiar y que están incluidas en los cálculos, hoy lo que más está pesando es la falta de entusiasmo; la creencia generalizada de que por parte del Gobierno no va a haber correcciones ni respuestas a los reclamos que se acumulan desde hace años; la presión impositiva cada vez más agobiante, y los costos crecientes que hacen perder la renta hasta a la soja, cuando no se hace en campo propio o cuando las distancias son grandes, ya que los fletes camioneros se comen la eventual ganancia.

Por supuesto que la mayoría pone buena parte del problema en el tipo de cambio, es que al liquidarse por el mercado oficial y con la quita de las retenciones, la plata “en mano” pasa a ser mínima. El caso soja es bien ejemplificador pues, solo por los derechos de exportación (retenciones), de cada 3 camiones producidos, directamente uno es para pagar este gravamen. Con los 2 restantes se deben abonar todos los demás impuestos (iguales a los de cualquier actividad: ganancias, Ingresos Brutos, Bienes Personales, Impuesto al cheque, Inmobiliario Rural, tasas municipales, etc., etc., etc.) y los costos de producción, más el arrendamiento en caso de cultivos en tierras alquiladas.

Resulta difícil pensar que puede quedar algo cuando el “dólar/soja” ronda apenas los $ 3,20 (contra un “blue” de $ 8,20/8,40).

Y aún si todo esto resultara poco, hay que agregar las idas y vueltas de funcionarios “hiperactivos” que restringen las exportaciones, congelan los precios internos (aunque no los de los insumos y servicios que siguen su escalada), que luego presionan para que se exporte porque necesitan las divisas, pero que vuelven a frenar las ventas al más mínimo atisbo de aumento en los precios internos pues, simultáneamente, deben cuidar la inflación. A pesar de los “esfuerzos” de los burócratas públicos, los precios internos igual suben, los congelamientos no dan ningún resultado, salvo la difusión que logran en los medios, y los productores, jaqueados por todos lados, van declinando poner más plata con semejante panorama de inestabilidad.

La incertidumbre no es buena consejera para la actividad agropecuaria y lo peor es que no solo será creciente en los próximos meses, sino que se está produciendo exactamente cuando los productores deben encarar la siembra de la campaña, que ya arrancó (mal) con el trigo, y continuará en los próximos meses con los granos gruesos (sorgo, soja, maíz y girasol).

Alta inestabilidad, futuro muy aleatorio y, para colmo, “riesgo/funcionario”, constituyen un combo demasiado negativo para una actividad que viene golpeada por distintas cuestiones, y serán, finalmente, los que determinen que tampoco esta campaña agrícola constituirá el “despegue” que, no solo necesitan los productores para compensar pérdidas anteriores, sino también el Gobierno que en 2014 (cuando se venda la cosecha), deberá afrontar un escenario aún con mayores estrecheces que las actuales.