El campo tiene poco para esperar.

Mientras se acelera la cuenta regresiva para las elecciones legislativas del próximo 27 y, por ende, se multiplican los actos y visitas de los candidatos que, en general, solo apuntan a lo que los votantes quieren escuchar (Ver nota anterior “Cantos de sirena preelectorales”), en el campo se profundiza el desaliento.

Es que son pocas las expectativas favorables que sobrevuelan el sector.

Por el lado del clima, excepto zonas muy reducidas como el sudeste bonaerense, en el resto se mantienen las condiciones de sequía que, por un lado, impide la siembra de los cultivos de cosecha gruesa, especialmente, girasol, maíz y sorgo (la soja tiene algo más de margen), y por otro, daña fuertemente lo que se implantó en invierno, sobre todo el trigo que ya a esta altura se prevé que difícilmente podrá igualar la ya magra cosecha de apenas 8,2 millones de toneladas de la última campaña.

Esta situación se completó con fuertes oscilaciones térmicas e inusual cantidad de heladas que afectaron a todos los cultivos, pero que fueron terminales para los hortícolas, y cuyas consecuencias son las que se están registrando por estos días, con picos de precios en varios de ellos.

Pero todo esto, que afecta al trigo, a la harina, a los tomates, berenjenas, pimientos, etc. y que incide en el bolsillo de los consumidores, no beneficia tampoco a los agricultores que perdieron total o parcialmente sus producciones.

Por el lado internacional, tampoco los mercados mundiales muestran la fortaleza de otros tiempos y, más vale, las perspectivas siguen siendo de mayor debilitamiento, especialmente para los granos.

Así, con precios irregulares, costos locales geométricamente más altos, y rindes inseguros, los números del campo se tornan más y más complejos, mientras el endeudamiento general se acrecienta.

Además, en un contexto de exportaciones agroindustriales hasta ahora frenadas (antes, por la supuesta defensa de “la mesa de los argentinos”, y ahora realmente no se sabe bien por qué), y con las importaciones de insumos restringidas (para no gastar divisas, que no solo hay menos, sino que se deben aplicar en cantidades crecientes a la importación de energía), las posibilidades de que el sector logre al menos algunas de las retrasadas correcciones imperiosas parece poco probable.

De ahí que la maratón de “visitas” políticas de eventuales futuros legisladores, y de otros que ya lo son, sea tomada con muy poco entusiasmo por la producción.

En primer lugar, ya está demostrado que el Congreso actual no quiere o no puede dar ningún tipo de respuesta a los problemas sectoriales. Es suficiente con ver que prácticamente no hubo reuniones de las Comisiones de Agricultura de Senadores ni de Diputados en los 2 últimos años.

Por otro lado, las bancadas a las que pertenecen los principales candidatos impusieron, incrementaron y/o usufructuaron medidas como las retenciones, entre otras políticas adversas a la producción.

¿Qué podría decir hoy, sin ruborizarse, un Ricardo Alfonsín o una Margarita Stolbizer, de la UCR? ¿Y un Sergio Massa, que fue miembro destacado del gabinete de la Administración Kirchner, aunque hoy sea supuestamente oposición?

¿Cuál podría ser la promesa de algunos de su equipo, como Miguel Peirano que aumentó las retenciones durante su gestión, o Roberto Lavagna que no solo hizo eso, sino que además recomendó a los productores “hacer un partido propio” si no estaban de acuerdo con las políticas que llevaba adelante y que, entre otras cuestiones, sentaron la base de los controles de precios y de mercados con todas las restricciones cuantitativas que destruyeron mucho más que las retenciones, las posibilidades de la producción, y que subsisten hasta hoy? Cierre de registros, Roes, precios de corte, etc., llegaron a ser equivalentes, en algunos casos, a retenciones de 100%.

Hasta el PRO de Mauricio Macri recibe coparticipación por las retenciones, aunque no haya soja sembrada en la Ciudad de Buenos Aires. Ni hablar de un Ignacio de Mendiguren que desde la UIA no fue, justamente, “amigable” con el campo (aunque vaya habitualmente a comer al Restaurante Central de la Rural), como tampoco lo fue desde el Ministerio de la Producción que lideró en 2002.

Por supuesto que es muy fácil en este momento, para cualquiera de ellos, criticar fuertemente como “opositores” lo que, seguramente, no deberán administrar nunca y, probablemente, tampoco tendrán que votar.

Hasta se podría aventurar que, en caso de tener que hacerlo, seguramente se escudarían en “la obediencia debida” o, lo que es lo mismo, en el “verticalismo partidario”.

De ahí que el campo no aguarda grandes cosas y solo confía en la fuerza de las circunstancias que, hasta el momento, es la que está primando y obligando a corregir lo que no había logrado hasta ahora el sentido común.

Lástima que en más de un caso, pareciera que ya es tarde.