El ocaso de una estrella…

Escribe Susana Merlo

La “Reina”, la “vedette”, y hasta casi con admiración, “el yuyo”; la emblemática soja, un cultivo que irrumpió en Argentina hace 80 años, pero con mucho más fuerza desde mediados de los ´70 y que siempre fue aumentando su área hasta la irrupción de los Kirchner, cuando se produce su primer retroceso en seis décadas, ese cultivo ahora parece estar de capa caída, lejos de los récords que consiguió hace apenas una década atrás cuando llegó a superar holgadamente los 60 millones de toneladas, y todo indicaba que iría por más.

Era la época cuando a causa del auge de la oleaginosa se amplió fuertemente la frontera agrícola, y se produjo el corrimiento de al menos 5 millones de hectáreas ganaderas de la Pampa Húmeda, dando paso a lo que entonces se llamó la “sojización” de Argentina.

Lo cierto es que, a pesar de que durante la Administración Kirchner la producción agropecuaria sufrió muy fuertes embates de los tipos más variados (retenciones, cupos, cuotas, restricciones, controles de precio, etc.), el avance de la oleaginosa más famosa, fue lo que justificó buena parte de la holgura del primer gobierno kirchnerista, al punto que Néstor Kirchner fue considerado “el Presidente de la soja”, debido a los fuertes ingresos de divisas de cosechas y precios récords del grano.

Igual, los gastos imparables, y las derivaciones de fondos a la política, terminaron desembocando en la Resolución 125, de retenciones móviles, motorizada por la voracidad fiscal insaciable, en marzo de 2008, apenas comenzando el primer mandato de Cristina Kirchner. Pero aún así, la soja siguió traccionando, en buena parte, porque al ser muy bajo su consumo interno, era uno de los pocos productos que se podía exportar con cierta facilidad, con menores restricciones relativas que el resto, aunque con una fuerte carga fiscal por retenciones superiores a 30%, que llegaron a representar en conjunto, cerca de U$S 10.000 millones anuales de ingresos para el fisco, de los cuales, cerca de la mitad correspondían a la soja y sus subproductos (harinas, aceites, pellets, etc.).

La historia reciente de la oleaginosa, y las privatizaciones de los 90, que incluyeron prácticamente a todos los puertos sobre el Paraná, y determinaron fuertes inversiones en estructura que apuntaban al mantenimiento de la tendencia al crecimiento del cultivo en aquel momento, se contraponen. Es que mientras la capacidad industrial instalada en el país supera hoy holgadamente las 70 millones de toneladas, la producción lejos de crecer por encima de las casi 62 millones de toneladas del ciclo 14/15, entró en una tendencia declinante en los últimos ciclos.

Tanto es así, que en la actualidad se ubica en una de las áreas de siembra más bajas desde el 07/08 cuando aun no llegaba a los 17 millones de hectáreas (Más de 3 millones por debajo del máximo sembrado) después de arrancar en alrededor de 5 millones a principios de los ´90, y gracias al crecimiento exponencial a partir del ´96 cuando se aprobó la soja RR.

Ahora, en la campaña actual (19/20) se espera una nueva baja de área, que sería la cuarta consecutiva, y que determinaría perforar nuevamente los 17 millones de hectáreas, tras el récord de 20 millones de hectáreas logrados entre 2012 y 2015.

Obviamente, la producción total fue fluctuando al ritmo de la superficie, alejándose cada vez más de aquel récord de hace cuatro ciclos atrás, incluyendo la abrupta baja a 37 millones de toneladas del ciclo anterior que obligó a importar más volumen que de costumbre, ampliando las habituales compras por admisión temporaria de Paraguay, a otras desde Estados Unidos.

En este contexto, de tener que importar lo que en su momento fue el cultivo estrella de la Argentina, la última campaña, aún sin un incremento significativo de superficie (ya que se sembraron 17,5 millones de hectáreas, de las que se cosecharon algo más de 16 millones, por pérdidas de más de un millón de has) está permitiendo alcanzar los 55-56 millones de toneladas, pero solo gracias a un clima excepcional para la mayoría de las zonas productoras, lo que dio lugar a rindes extraordinarios.

Sin embargo, el escenario sería muy difícil de repetir, ya que por un lado, se estima una nueva baja en el área sojera a alrededor de 16,5-16,8 millones de hectáreas, mientras que tampoco sería factible repetir los altos rindes de la actual campaña, por lo que las estimaciones estarían indicando que, probablemente, la campaña que está comenzando, y que se recolectará a partir de abril próximo, se va a ubicar más cerca de los 50 millones de toneladas, ampliando aún más la capacidad ociosa instalada industrial.

De ahí que se prevea un incremento en las “importaciones”, tanto desde Estados Unidos, como desde Brasil, además de Paraguay, lo que plantea la gran contradicción de gastar divisas importando, mientras que se castiga al cultivo que sigue declinando mientras mantienen anacrónicas retenciones (impuestos a la exportación!!), que ahora se deberán rever ante el eventual acuerdo del Mercosur con la Unión Europea (que no las admite).

Y, por otra parte, si bien es cierto que tanto en el ciclo actual como en el próximo, se prevé una mejora en la relación entre la soja y el maíz, lo deseable sería un crecimiento “genuino” de producción total, no por sustitución de superficie de los cultivos, sino por un crecimiento real de las áreas, y más aún de la productividad lo que no está sucediendo, más allá de “la mano” que como en la campaña 18/19 dio el clima.