¿Que campo recibirá el próximo Presidente?

Con alguna ingenuidad, y mucha desmemoria, la Presidente Cristina Fernández afirmó días atrás que el próximo Presidente (15 de diciembre de 2015) “recibirá un país mucho mejor”. La frase se suma a la más trillada de “la década ganada”, en alusión a los 10 años de Administración Kirchner que lleva el país.

Sin embargo, tales aseveraciones parecen no corresponderse con la realidad, al menos, en muchas materias.

Más aún, varios analistas y empresarios consideran que la “herencia”, lejos de ser “a favor”, constituye una pesada carga, tal el caso del déficit energético, el fuerte atraso en infraestructura, la inflación que ya es récord en la región, o la descapitalización en general, de todos los sectores productivos.

Pero el próximo Presidente de la República recibirá, además, un inédito déficit fiscal, igual que la presión impositiva que es extraordinaria, con alicaídas reservas en el Banco Central, sumada a la ausencia de capitales extranjeros que, no solo no vienen a la Argentina, sino que se siguen yendo varios de los que estaban.

Por supuesto que el campo no es una excepción a esta regla. Más aún, la Presidente, como al descuido, señaló algún “rencor” hacia los sojeros, justamente a los que se debe buena parte de los ingresos de esta década que sostuvo al Ejecutivo, al punto que a Néstor Kirchner se lo llamaba “el Presidente de la soja”, por los beneficios que le daba al gobierno la oleaginosa.

En este contexto, el futuro Presidente va a recibir un sector agroindustrial alicaído, aunque siga siendo el más dinámico de la economía del país, y prácticamente el único capaz de generar pisas genuinas sin ayudas, y hasta soportando gravámenes o quitas extras, como las retenciones (ahora cuestionadas por todos los sectores políticos no oficialistas, aunque la mayoría de los legisladores de estos partidos respaldaron los periódicos aumentos de sus alícuotas).

De movida nomás, va a asumir en medio de la cosecha de trigo de la campaña 15/16 que, tal como van las cosas, seguirá tan debilitada como las últimas, en las que se llegó a los niveles más bajos de siembra en 100 años, y hasta se corrió el riesgo de no poder cubrir el propio abasto local. Y esto significa, groseramente, alrededor de U$S 3.200 millones menos de lo que, con los precios actuales, podría exportar la Argentina si no se hubiera destruido este mercado (y el cultivo), o sea, si se produjeran los más de 20 millones de toneladas que es el potencial que se estima.

Lo mismo ocurre con la lechería, estancada en 10-11.000 millones de litros desde los ´90 cuando ya debería duplicar ese volumen, el maíz que debería estar produciendo al menos 15 millones de toneladas más que en la actualidad (otros U$S 3.000 millones de exportaciones), igual la carne vacuna que hoy ni cumple los compromisos históricos, mientras en estos últimos años todos los vecinos superaron a la Argentina en exportaciones. La fruticultura, la pesca, etc., todo funciona a media marcha, y hasta la soja está frenada pues sigue rondando los 50 millones de toneladas cuando solo por los incrementos productivos que aporta la tecnología, habría que hablar de 10-15 millones de toneladas más.

Todo esto le representará al nuevo Presidente un “recorte” en los ingresos posibles de parte de la agroindustria que supera holgadamente  los U$S 15.000 millones, aunque no es lo más grave.

Lo peor es que el sector, como muchos otros de la producción, se está descapitalizando fuertemente, el parque automotor y de maquinaria volvió a niveles de envejecimiento de principios de los ’90, y el endeudamiento es creciente en toda la cadena.

Tendrá (el nuevo Gobierno) que reflotar frigoríficos, usinas, molinos, fábricas de maquinaria, etc., que cerraron, se achicaron, o quedaron relegadas en la carrera tecnológica.

Ni hablar de la infraestructura de caminos, puertos, energía, comunicaciones, para poder producir, transportar, procesar, y distribuir, tanto en el mercado interno, como a los puertos de exportación.

Por supuesto que el potencial productivo está, y es de tal magnitud que “el campo” aún sigue en pie, y hasta protestando, a pesar de no contar siquiera, con un interlocutor en el Gobierno.

Decir a esta altura que la tarea es titánica y costosa, parece en realidad muy poco, más aún porque se deberá hacer mientras se intenta recuperar la confianza externa en el país (para que vengan capitales, se reabran negociaciones, bajen las tasas de los préstamos, etc.), y se recupera la transparencia de muchos mercados, pérdida por años de intervenciones oficiales que generaron alteraciones artificiales que los hicieron perder credibilidad.

De ahí que más que una herencia o legado, parezca una sanción o condena, la que le espera al que asuma en diciembre de 2015 que, sin duda, va a requerir del respaldo –real- de todo el resto del arco político, incluido el actual oficialismo, generador de gran parte de estas situaciones.