¿Y dónde está el piloto?

Difícilmente alguien pueda imaginar una República sin presidente. En Argentina si.

No se conoce antecedente de un país trascendente que haya funcionado sin ministro de Economía o de Hacienda. En Argentina si.

Sería una rareza encontrar algún Estado en el que su sector más importante, el que más pisas e inversiones le genera, no cuente con un funcionario con el rango de Ministro o equivalente a su cargo. En Argentina si.

Parece mentira pero es verdad. En lo que al campo se refiere, Agricultura desapareció del mapa (del político y también del operativo, sin existencia casi dentro del gabinete).

Lejos parecen ahora aquellos tiempos cuando un Cadenas de Madariaga, Felipe Solá, Lucio Recca o Jorge Aguado, entre otros, del más variado color político, no solo “tallaban” fronteras adentro, sino que lideraban la política agrícola regional o hasta el Grupo de Cairns, de países que no subsidian su producción agrícola compuesto, nada menos que por Canadá, Australia, Nueva Zelandia o Brasil, por mencionar algunos.

Tampoco se puede decir que sorprenda demasiado. Al elegirse un técnico, que hizo toda su carrera profesional –de casi 40 años– dentro de un mismo organismo del Estado como el INTA (solo en los últimos años pasó por su “primo hermano”, el SENASA), y ya en edad de jubilarse, no puede llamar la atención que la cabeza de la cartera agropecuaria siga actuando como un asesor técnico, y no con la cintura política que exige semejante cargo.

Pero ni Carlos Casamiquela, el actual ministro, ni su segundo, Roberto Gabriel Delgado parecen querer (tal vez tampoco puedan), cumplir el rol que conlleva el cargo, y después de casi dos meses de su asunción, algunos optimistas todavía esperan alguna definición, opinión, presencia o algo en alguno de los temas cruciales que competen a Agricultura y que hasta ahora parecen pasar por cualquier otra área, aún de menor rango.

Ni el nivel de las retenciones, ni el control de precios de los alimentos, ni la pérdida de la cosecha que se está produciendo, ni la ola de calor que afecta a verduras, frutas, leche o carne, ni la falta de energía, ni la imprescindible liberación total de las exportaciones de los productos del campo, nada, absolutamente nada, parece concitar la atención de la cúpula agraria que, más vale, prefiere el silencio y la distancia, tal vez, como forma de asegurarse así una duración mayor en el cargo, más por “pasar desapercibidos” dentro del gabinete que por los aportes que hacen.

Lo grave es que la mayoría de los restantes altos funcionarios del gabinete parecen saber menos aún, y sin duda, están muchísimo menos interesados en lo que acontece con este sector, aunque la evolución de la producción agropecuaria sea crucial, a esta altura, para buena parte de la gestión de Gobierno. Pero ni de eso parecen darse cuenta (o no lo quieren reconocer).

De lo contrario, si supieran que el sector agropecuario es el principal inversor que tiene el país, con más de US$ 15.000 millones anuales.

Si tuvieran en cuenta que normalmente las exportaciones que genera implican entre el 55% y el 60% de las pisas que ingresan al país.

Si estuvieran al tanto de que esta actividad justifica más del 35% de la mano de obra.

Si recordaran que la mesa de los argentinos se sustenta exclusivamente sobre las patas del campo.

Si alguna vez hubieran leído que la ocupación territorial está basada casi exclusivamente en la agroindustria.

Si alguien, al menos, se los dijera y lo escucharan, tal vez el Gobierno no cometería tantos errores, aunque sea los técnicos. Dejemos el trato y la educación para otra etapa menos caliente (y menos urgente).

Lamentablemente para el sector, y especialmente para el país, no es así. El ministro no habla, o no lo escuchan, pero también el Gobierno debería considerar que va a tener costos más altos aún si no corrige, y pronto. Ya le pasó con la carne, con el trigo, con el maíz y, probablemente al paso que vamos, le pase este año hasta con la soja, alias “el yuyo”.

Lo que también es probable, es que cuando estén dispuestos a escuchar y a enderezar el rumbo, entonces van a preferir un “piloto” que les ofrezca algo más que silencio.