Inevitable cambio de paradigmas

A pesar de la insistencia con que algunos funcionarios se empecinan en hacer retroceder al país 30 o 40 años, tanto en lo político como en lo conceptual, (hecho particularmente notable en las líneas del oficialismo),  el mundo sigue un rumbo exactamente inverso de la mano, entre otras cosas, de avances tecnológicos absolutamente imparables, que condicionan el accionar político, y que inciden en las naciones con independencia de la voluntad de los dirigistas.

Así,  mientras localmente se intenta “vivir con lo nuestro”, cerrando las fronteras al intercambio de productos, casi todo el resto del mundo se “globaliza” al punto, por ejemplo, que una de las máximas actuales de la economía internacional, para mostrar un extremo,  es: “Hay que producir lo que China compra, y dejar de producir lo que China vende…”, aludiendo a la magnitud del coloso asiático, tanto para adquirir algunos productos, como para exportar otros (Rubini).

Lo mismo ocurre con la inflación y el control de precios, ya que Argentina es uno de los poquísimos países que aún no logró “vencer” la inflación, más vale lo contrario, intenta “controlar” los precios internos vía restricciones cuando los demás ya aprendieron que es con la libertad de mercados, con la mayor competencia y con la abundancia de productos como se logra mantener los precios locales dentro de ciertos parámetros, excepto en situaciones extraordinarias.

Naturalmente que la experiencia, a lo largo del tiempo, en materia política evita que, en la mayoría de los casos, se caiga en viejos errores y fórmulas demostradamente fracasadas, pero es en el terreno de la tecnología donde se libran los mayores desafíos que obligan a una “flexibilidad” y capacidad de adaptación impensable hace algunos años atrás. Y estos retos van desde lo biológico a lo ético; desde lo moral a lo cotidiano; desde lo económico a lo religioso…

Lo único indiscutible es que, en prácticamente todos los casos, el avance de la tecnología es  imparable y cuanto más se tarda en aceptarlo, mayores son las pérdidas y daños que se causa.

Y en este sentido, el sector agropecuario y la producción de alimentos son una fuente constante de innovaciones. ¿O acaso alguien se iba a imaginar en los ´50 o en los ´60 que se iba a generalizar la inseminación artificial en la ganadería, y que hasta se iba a poder determinar previamente el sexo de la futura cría?.

Lo mismo ocurrió más recientemente, a mediados de los ´90, con la obtención de plantas transgénicas, capaces de resistir a determinadas enfermedades, aprovechar mejor el agua del subsuelo haciéndose resistentes a la sequía; o determinados herbicidas, lo que permite ahora producir en regiones, y hasta en provincias, donde era imposible hacerlo por la invasión de malezas.

Los rendimientos en todos los rubros van creciendo exponencialmente, para lo cual también fue necesario adoptar otras tecnologías de cultivo; otra tipo de maquinarias con robótica y controles satelitales incorporados y, naturalmente, otro tipo de comunicaciones muchísimo más sofisticadas, así como todos los servicios conexos, desde los pronósticos climáticos, pasando por los servicios bancarios, o los sistemas de frío que incluyen el área doméstica (freezers, heladeras, etc.) hasta lo industrial con containers móviles que se trasladan directamente, entre otros notables avances.

¿Podía alguien imaginar esto hace apenas 3 o 4 décadas atrás cuando hasta para hablar con alguna localidad de provincia era necesario “llamar a la operadora” y esperar 3, 4, o 5 horas para, tal vez, lograr comunicarse?.

¿A alguien se le iba a ocurrir que se podría hablar por un teléfono sin cable, celular, o por medio de una computadora personal desde el mismísimo campo?.

Todos estos avances que hoy están disponibles en el mundo (y en Argentina parcialmente debido a las restricciones oficiales que impiden adoptarlos en su totalidad) son apenas la punta de un iceberg de lo que viene pero, además, cambiaron sustancialmente varios conceptos que eran considerados verdades rebeladas, por ejemplo, la agregación de valor, o la concepción de “producto primario” para aquel que no sufrió alguna forma de proceso.

Sin embargo, ¿alguien se atrevería hoy a decir que un grano, o una semilla, no tienen valor agregado cuando se usó hasta ingeniería satelital, genética,  y robótica para obtenerlos?. Por eso, por los cambios en los sistemas de producción y la tecnología que hoy conllevan es que hubo que revisar, y adaptar, los viejos conceptos a los nuevos tiempos.

De la misma forma, ¿se puede sostener que una fruta fresca, exportada en contraestación, con marca, packaging, etc., es un producto “primario”, solo porque no tiene un proceso de transformación?. Todo lo contrario.

Y lo mismo ocurre con los pescados, la carne vacuna, etc.

Sería infantil, ilógico, pensarlo….

Sin embargo, es lo que creen todavía varios funcionarios, y no menos dirigentes empresarios y sindicales que repiten, casi orgullosamente, lo que fue una verdad (a medias), pero que hoy es un penoso error que, además, denota la antigüedad de pensamiento en la que se sumerge buena parte de la dirigencia.

Mientras el mundo está ya en el siglo XXI, la Argentina parece estancada en la mitad del siglo pasado…

La consigna es, entonces, acompañar, y utilizar los nuevos instrumentos y no pretender frenar lo imparable. …

Como se dijo recientemente, la división ya no es agro vs. industria, enfrentamiento ya perimido, sino industrias “petrolíferas” e industrias “biológicas”, rama en la que la Argentina todavía tiene mucho para demostrar y un buen caudal de posibilidades, a pesar de que perdió una de las décadas más extraordinaria que se tenga memoria, en materia de economía mundial.

Pero para lograrlo, se necesita que los sectores responsables “aggiornen” rápidamente su línea de pensamiento y eso, lamentablemente, no se vislumbra todavía…