Escribe Susana Merlo
Siempre se dice, y es cierto, que “al final, las fiestas siempre hay que pagarlas”. Y aquí, aunque no haya habido ninguna, los desmanes y la falta de idoneidad de varios, sumados a la inmoralidad e irregularidades de otros tantos, determinaron una cantidad de ineficiencias por las que el país terminó prácticamente quebrado.
Igual que una familia de buena clase, pero mala cabeza, se fueron liquidando bienes, achicando la producción y, finalmente, empeñando lo que quedaba, y sin ninguna seguridad de poder recuperarlo. Por supuesto que los que dilapidaron, por incapacidad, o por irresponsabilidad, los recursos del conjunto, ahora no están en condiciones de devolverlos. Solo queda la casa grande, y el sueldo del mayordomo…
Se gasto “a cuenta”, y para poder salir hay que pagar, hay que ahorrar, hay que empeñar la palabra (aunque pocos la crean), y hay que “arremangarse” y transpirar la camiseta pero, por sobre todo, hay que parar de dilapidar (o robar, según algunos), y hay que mejorar la eficiencia en los gastos. Después de todo, ¿qué diferencia hay entre una familia y un país?. Si no se trabaja y se malgasta, llega la pobreza.
Pero para algunos, lo peor aún está por venir, por la resistencia a recortar gastos de distintos sectores, en especial los que dependen del gobierno central, como provincias y empresas públicas. Y esto sin mencionar que el propio Ejecutivo Nacional, ya recortó varias partidas de viviendas, salud y educación; pero sigue manteniendo una inexplicable cantidad de gastos como los numerosos ministerios, y los que bajaron de rango a Secretaría de Estado (Producción y Agricultura), justamente los que aportan mayor producción tangible, tampoco achicaron sus presupuestos, partidas, ni el personal, al contrario.
Así las cosas, no puede extrañar que en la desesperación por tratar de cerrar los números, se haya comenzado a adelantar los ingresos, se pretenda aumentar y prorrogar una media docena de impuestos, y se pretenda convencer (¿o presionar?) al campo para que, a pesar de los ingresos récord por exportaciones que ya concretó este año, se “descalce”, y adelante más ventas, en especial de soja, que en buena medida constituye la garantía de que van a poder continuar con la producción cuando el clima, y la aparición de los insumos, lo permita.
Lo que más de uno comienza a preguntarse también, es que va a pasar cuando todos estos “adelantos” también se agoten, si es que antes no hay una verdadera poda, dolorosa por cierto, de muchísimos más gastos de lo que se encararon hasta ahora.
Por supuesto que para el campo, la situación ya es más que alarmante pues la presión, impositiva y para el adelantamiento de ventas, es creciente, y ante la urgencia recaudatoria puede surgir cualquier “alocada idea superadora”, de algún funcionario voluntarista, que desbarranque el delicado equilibrio en que está hoy toda la sociedad. Y aún sin llegar a eso, buena parte de los productores siente que entre impuestos y adelantos, lo único que se está logrando es que cada vez se achique más la producción, ya que le siguen sacando liquidez, casi al punto de la anemia, y eso que aún no salieron los gobernadores a “cubrir” los recursos que les estaría disminuyendo la Nación.
Una verdadera Espada de Damocles para un sector que, es cierto, es uno de los pocos que todavía puede mostrar algunos números verdes, y que no se achicó tanto durante la pandemia; pero también, que es uno de los pocos (si no el único) que puede pegar un rápido salto cuantitativo, y proveer de actividad y recursos genuinos hacia adelante.
A nadie escapa, además, que el año que viene es de elecciones, y eso siempre supone gastos extra de parte de la política, más aún en este caso en el que casi nada está dicho aún.
Los productores son pocos, dispersos, y no cuentan con una gran adhesión pública, a excepción de lo que ocurrió en 2008 con la 125, cuando se acumuló un gran capital político que luego se fue drenando sin beneficio para el campo.
De ahí que el “apriete” en lo que queda del ´22, pueda llegar a venir con algún adicional de la Nación, o provincial, a este sector productivo, al menos, según temen los productores.
Pero, si bien no se puede esperar que los políticos piensen en el mediano o largo plazo (el lapso siempre es la elección siguiente), Argentina aún tiene algunas ventajas para encarar su recuperación, y sin duda, la actividad agroindustrial es una de las que puede dar una respuesta más inmediata, y sin ayuda adicional. Con solo un poco de transparencia, claridad y estabilidad en las reglas de juego, y un esquema impositivo que no “seque” los recursos productivos, el impulso se haría evidente de un ciclo para otro, en especial, si se mantiene el nivel de precios internacionales que sigue habiendo para los principales productos que exporta el país, como la carne, los granos, la leche, los subproductos, la pesca, o la madera, por mencionar solo algunos.