Escribe Susana Merlo
Si bien las novedades técnicas siempre fueron acompañando, y forzando, la evolución del mundo, nunca como en lo que va de este siglo XXI, la velocidad de las innovaciones tecnológicas fue tan exponencial. Y, si bien los avances son bienvenidos, los cambios abruptos que imponen van dejando también algunas secuelas indeseadas, tanto en lo social, como en lo sanitario y hasta en lo económico que, si bien luego generalmente se van subsanando, en un primer momento provocan conmociones, a veces, graves.
Por supuesto que, la sociedad en general, y el campo en particular, están sujetos tanto a lo bueno, como a lo malo de cada situación. Solo por citar un caso muy antiguo, la incorporación del Sorgo de Alepo a la Argentina, como una forrajera, fue una solución inicial, pero luego se transformó en un larguísimo problema que dejó áreas improductivas durante décadas (como parte de Córdoba), hasta que finalmente se encontraron las soluciones. También el rápido avance de la agricultura a fines del XIX y principios del XX, con las labranzas tradicionales que traían “los gringos” desde Europa, permitieron la grandeza económica de la Argentina en las primeras décadas del siglo pasado, pero provocaron los gravísimos problemas de erosión (hídrica y eólica), que recién comenzaron a atenuarse con la generalización de la labranza cero y la labranza mínima, recién en las últimas décadas de los ´90.
Que decir del surgimiento de la PAC (Política Agrícola Común), tras la II Guerra Mundial que, por un lado, permitió disminuir la gran vulnerabilidad de Europa de aquel momento, cuya dependencia de alimentos de otras regiones fue crucial a la hora del conflicto bélico, pero que recién ahora comienza a desmoronarse, y no solo por el terrible daño económico causado a terceros países por los subsidios o la competencia desleal; y tampoco por las graves consecuencias ambientales que la producción subsidiada con precios artificialmente altos causó tanto en el territorio europeo, como en otras partes del mundo, sino directamente porque ya no pueden afrontar semejante nivel de gastos totalmente ineficientes, puesto que Europa podría comprar afuera buena parte de sus alimentos en forma mucho más económica, y sin agravar más aún su ya delicada situación ambiental.
Se pueden mencionar mil ejemplos desde la aparición de la rueda en adelante, y de quienes se beneficiaron, y quienes se perjudicaron en cada una de las etapas. Sin embargo, fue en estas dos últimas décadas cuando la situación pareció desmadrarse, no dando tiempo siquiera para el aprendizaje, y la adaptación de las currículas. ¡Y qué decir, cuando ni siquiera parece haber demasiada conciencia sobre lo que sucede, como ocurrió con la Argentina desde hace décadas y prácticamente hasta ahora!!
Pero la catarata de innovaciones es tan acelerada que muchas franjas etarias aún laboralmente activas, conocieron formas totalmente distintas de trabajar, sin celulares, ni ingeniería genética; sin drones, ni big data; sin chips, o chat GTP que hasta “piensa” por uno. En el campo, las razas de hacienda eran una media docena, y los granos eran variedades (sin híbridos, ni transgénicos). La medicina, la maquinaria… No había tambos robóticos, ni tractores que funcionan solos, y mucho menos equipos que controlan las malezas con rayos láser, o miden cuanto producto usar con un rayo infrarrojo, lo mismo que la profundidad a la que debe ir una semilla. No se podía prever (aproximadamente) que haría el clima, ni controlar la evolución de los cultivos por medio de satélites desde un cómodo escritorio, o directamente desde un celular en el medio del campo; ni se podía “sexar” la producción ganadera, y mucho menos “clonar” animales, o plantas.
Las cubiertas de los autos se “pinchaban”; el agua se sacaba solo con molinos, o directamente con baldes de los pozos. Y así sucesivamente fueron irrumpiendo una novedad tras otra, y cada vez con más velocidad. Ahora llegó la hora de los combustibles “no fósiles”, del cuidado ambiental, del bienestar animal, de la paulatina desaparición de los trabajos manuales para su sustitución (cada vez más eficiente y barata) por robots de todos los tipos y variedades imaginables; mientras que aquellos empleados tradicionales se deben reconvertir a los nuevos sistemas y tecnología, o van quedando afuera. Y más allá de si es justo, o no; es inapelable, e ¡imparable!
Computación, inglés, operatoria de maquinas cada vez más sofisticadas, administración contable, pensamiento estratégico, intercambio con el mundo, entre otras muchas cosas, comienzan a ser variables excluyentes a la hora de seleccionar personal. Pero aún en el campo, los distintos gobiernos, organizaciones, y hasta gremios: ¿fueron trabajando en este sentido?, ¿se fue preparando y educando a las nuevas generaciones en estas tecnologías y, peor aún, en las que vienen de aquí en más?
Sin duda es difícil imaginarlo, pero también hay que reconocer que Argentina fue quedando cada vez más atrás de los centros avanzados del mundo. Hace casi una década y media que el PBI no crece, y de no mediar correcciones inmediatas, la brecha se va a profundizar. Y, aunque siempre resultan antipáticas las comparaciones, solo basta ver lo que hizo Brasil en dos décadas, en materia de producción, de seguridad jurídica, en respeto a la propiedad intelectual, o en la preparación de sus franjas laborales, para tener muy claro lo que todavía debe recuperar la Argentina para no quedar “afuera de la película” que, ahora, ya no es más de ciencia ficción.