(14-10-24) Por Susana Merlo Especial para “Más Producción” de La Mañana de Neuquén
Si Argentina hubiera mantenido la tendencia de crecimiento agrícola de fines del siglo pasado (hace 30 años), la producción de granos rondaría, al menos, los 180 millones de toneladas. Pero no fue así. El país está estancado en su crecimiento hace un cuarto de siglo. Con oscilaciones mínimas, desde que se atravesó la barrera del 2.000, y se entró al XXI, mientras todos los países de alrededor comenzaron un camino sostenido de crecimiento que aún continúa, el país que parecía tener las mayores chances , quedó congelado, y en varios rubros, casi en retroceso, como ocurrió con la lechería.
Ni siquiera alcanzaron los extraordinarios avances tecnológicos de ese lapso para compensar lo que, básicamente, fue el resultado de la continuidad de políticas regresivas, que lejos de desarmarse se fueron superponiendo en una intrincada red, con costos imposibles y una carga fiscal inédita.
Pero más que el parate de la ganadería vacuna, hoy con un rodeo menor al de hace 50-60 años, mientras Brasil más que lo triplicó en el mismo período; o lo que ocurrió con la lechería en la que desaparecieron miles de establecimiento y se sigue produciendo un volumen similar al de finales de los ’90, el caso más emblemático (y no solo del sector agropecuario), es el de la soja. Es que este cultivo es la representación más cabal de lo que “no” hay que hacer en materia de política si se quiere crecer, y refleja en forma indiscutible la magnitud del desastre productivo que se produjo en la Argentina desde hace mucho tiempo, pero especialmente en las últimas dos décadas.
Basta decir que, aunque se conocía desde antes, la soja cuenta con registros oficiales de su cultivo desde la campaña 1941/42, y durante 65 años su crecimiento fue “continuo” año tras año. Tanto así, que a mediados de los ’90, cuando la cosecha aún rondaba las 11-12 millones de toneladas (antes que la transgénica RR causara una verdadera revolución productiva), con la privatización de la Junta Nacional de Granos, las inversiones privadas (locales y del exterior) llevaron a que el país pasara a contar con más de 11 puertos privados y con una capacidad instalada industrial para esta oleaginosa de alrededor de 70 millones de toneladas(¡¡) tal era el potencial que mostraba cultivo.
Más aún, el nuevo siglo enfrentó al país con la “sojización”, debido a los extraordinarios precios internacionales de aquel momento, tema que llevó a que, no solo se “desplazaran” 5 millones de hectáreas de ganadería de la Pampa Húmeda, para ocuparlas en su siembra, sino que se caracterizó a Néstor Kirchner (2003-2007) como el “Presidente gracias a la soja”. El dinero entraba a raudales y los recursos fiscales por las retenciones también.
Complejo escenario para los granos
Pero el futuro de la “reina de las oleaginosas” no fue tan glamoroso. Los crecientes enfrentamientos con el gobierno, exacerbados desde el 2008 con la Resolución 125 (que pretendía imponer las retenciones móviles), problemas climáticos, y la creciente presión fiscal determinaron que al día de hoy, arañando apenas los 50 millones de toneladas de la última cosecha (tras los solo 24-25 millones con la seca más pronunciada del ciclo 22-23), la Argentina debió “importar” más de 10 millones de toneladas en estos últimos años, para intentar disminuir un tanto la costosa capacidad ociosa de la industria aceitera.
Y, más allá de “refrescar” la historia reciente, es necesario recordar de donde se viene, y adonde se está. Lo concreto es que con este van cuatro años de lluvias por debajo de la media, y eso dejó grandes pasivos y producciones que en varios casos apenas cubrieron los costos.
Como dato adicional se puede decir que los precios internacionales de los granos, fueron bajando desde el 2022 (pico) prácticamente hasta ahora, cuando coyunturalmente, hubo una ligera reacción alcista, pero que dista de los altos niveles de hace 2 años atrás. Así, con lluvias que fueron muy escasas durante todo el otoño, el invierno, y lo que va de la primavera (excepto unas pocas excepciones), con muy poca humedad disponible en el subsuelo por lo que cualquier desfase en las lluvias, puede potenciar los efectos de cualquier seca y, sobre todo, con muy “bolsillos bastante secos” y precios internacionales que no prometen un gran despegue, se está encarando una campaña agrícola 24/25 que ya se puede adelantar que no será, en volumen, demasiado distinta a la anterior.
Esto significa que, si se normalizara el clima con lluvias periódicas y generalizadas, que compensen la falta de humedad del subsuelo, la cosecha que tendrá el país en 2025 (año con elecciones) podría rondar los 135 millones de toneladas, y siempre que se aparezca el “viento de cola”.
La cuenta es simple: entre los principales productos, ya el trigo (totalmente sembrado) bajó su expectativas de más de 21 millones de toneladas, a 19,5 millones, y probablemente baje un poco más por la caída de rindes. El maíz, el gran afectado de la campaña anterior, cuando perdió más de 10 millones de toneladas por la “chicharrita”, ahora proyecta una área de siembra (que va atrasada por la falta de humedad el suelo) de 8 millones de hectáreas vs los más de 10 millones previos. Si se completan, tal vez se llegue a los 50 millones de toneladas.
Sabiendo que el girasol puede llegar a 4 millones de toneladas, y también va a crecer el sorgo, queda la gran intriga de cuanto se hará finalmente de soja, que sería la gran “beneficiada” por el retroceso del maíz, y porque es la tiene la mayor ventana de siembra, prácticamente hasta enero. Ahí se habla de 17,5-18 millones de hectáreas con una cosecha potencial de 55 millones de toneladas, o sea, todavía 15 millones por debajo de lo que necesita la industria local.
O sea que, lluvias mediante, todavía se está lejos de los máximos que llegó a obtener el país en los distintos cultivos, y todavía resta un largo camino por recorrer hasta la cosecha que recién termina en mayo próximo.
En medio aparecen los pronósticos de más “Niña” (seca) sobre el fin de la primavera y el verano, con el agravante que el epicentro de la falta de lluvias se da especialmente en el corazón de la Pampa Húmeda, lo que sería el “con belt” estadounidense, el cinturón agrícola, por lo que el impacto final se multiplica, aunque para los productores de cualquier parte, y para el país como conjunto el daño está a la vuelta de la esquina, porque además, no se espera una recuperación de los precios internacionales al nivel de 2022.
De ahí que la Argentina se siga alejando de los 180 millones de toneladas (que ya debería tener), y despegándose (para abajo) de los grandes productores como Brasil.