Escribe Susana Merlo
Parafraseando al propio Gobierno cuando en referencia a algún crítico u opositor los descalifica diciendo: “¡no la ven…!”, ahora parece que la adjudicación es para ellos.
De hecho, este análisis hubiera sido válido aún escrito hace un mes atrás cuando la sequía arrasaba, pero ahora (lluvias mediante), cobra una magnitud difícil de calcular.
Seguramente muchos recuerdan la famosa sentencia de que “una buena cosecha salva a la Argentina” y, si bien es cierto que todavía faltan muchos meses para la recolección, las precipitaciones de la segunda quincena de octubre, al menos pararon el desastre que se cernía sobre el campo (y el país), y aseguraron poder completar las siembras de los granos gruesos que faltan, especialmente el maíz y la soja.
Pero como el campo no aparecía como una prioridad, y se perdieron 7 estratégicos meses con una conducción del área cuyo único logro fue la modificación del nombre de la cartera por Bioeconomía (que, obviamente, volvió a su denominación original de Agricultura, ni bien se cambiaron esos funcionarios a principios de julio pasado), el Gobierno no pareció darse cuenta que la falta de liquidez que traía el campo por las malas cosechas anteriores, la escasa/nula relación de los funcionarios con los productores de base, sumada al desconocimiento oficial sobre los problemas del día a día en el agro; no podían terminar en un gran salto productivo porque no había con qué.
Ni siquiera promesas.
No alcanzó la remoción de varios escollos operativos; la eliminación de una serie de trámites, ni las “señales” de la baja de inflación, o la falta de intervención en los mercados primarios cuando los precios de algún alimento se disparaba, etc., etc. que, aunque en la buena dirección, no movieron ni mínimamente el amperímetro de la rentabilidad que necesita cualquier empresa para producir, “inclusive” la agropecuaria.
“No la vieron”.
Por eso se llegó hasta ahora para que recién algún funcionario caiga en la cuenta de que la energía, combustibles y minería todavía no van a crecer lo suficiente como para modificar estructuralmente el peso relativo del campo en los ingresos por exportación. Tampoco se anoticiaron de que con una inflación muy inferior, lentamente comienza a recuperarse el poder adquisitivo de muchos sectores (lo que va a presionar sobre la demanda, en especial de alimentos), y que “el campo”, finalmente va a responder, pero a media marcha, hasta donde pudo con lo que tenía.
Pero lo más importante que comienzan a ver, y que la coyuntura parece haberles impedido hasta ahora, es que justamente ambos frentes, el externo por la necesidad de divisas, y el interno por la recuperación seguramente relativa, de la demanda de consumo, se van a ir recalentando simultáneamente, junto con el ritmo político del tiempo electoral.
Si alguien hubiera mirando “la micro” (la Argentina se caracteriza por formar economistas en la macro, y casi no hay analistas sectoriales), rápidamente hubiera entendido que más allá de algunas concesiones al sector, el país en su conjunto se hubiera beneficiado con medidas que aliviaran las cargas fiscales. Por poner solo un ejemplo, con la cosecha que se prevé, y con los porcentajes actuales de Derechos de Exportación (DEX), el campo volverá a aportar en esta campaña más de U$S 7.000 millones.
¿Y ese monto que representa?
Pues nada menos que la diferencia entre dineros que van al fisco, o a la producción, en este caso, es el equivalente a una siembra de unas 20 millones de hectáreas adicionales, un 48% superior a las 42 millones actuales.
Pero sin llegar a tanto, porque “no hay plata”, si el gobierno hubiera resignado por unos meses, el 50% de esa recaudación (unos U$S 3.500 millones), podría haber ocupado otros 10 millones de hectáreas sembradas, alrededor de 25% más que las que habrá.
El punto central es que ese monto no se hubiera “perdido” sino que, al contrario, se hubiera reinvertido automáticamente generando la multiplicación económica de toda la cadena agroindustrial, aumentando consumos en buena parte del interior, más transporte, etc.; lo que hubiera devuelto con creces esa reasignación vía otros impuestos, y sin llegar a ponerle precio al “mejor humor” en amplias zonas del país.
Lo que se dice: “agrandar la torta”. Resigno U$S 3.500 millones hoy, pero la mayor actividad económica me compensa buena parte y, además, está el aumento de producción logrado que, en el caso de la agricultura, promediando los rindes de las últimas campañas “normales”, implica unos 30 millones más de toneladas que, solo por exportaciones (ya que la demanda doméstica está totalmente cubierta, por lo que cualquier aumento iría a engrosar directamente las ventas al exterior), representan unos U$S 7.500 millones más en el ingresos de divisas. O sea, recupera más del doble de lo que resignó, y con una economía mucho más sana y con mejor humor social.
Tampoco vieron el lucro cesante industrial a partir del “freno de mano” que se mantiene para los combustibles de vegetales, a pesar de que hasta Juan Perón, en su 2º Plan Quinquenal de 1952, ya hablaba de la “necesidad” de volcarse al etanol (en esa época, casi no existía la soja para hacer biodiesel), y menos registraron la necesidad urgente de recuperar áreas sojeras para no tener que estar “importando” la oleaginosa para poder bajar un poco la alta capacidad ociosa a la que llegó el país en el, todavía, su principal rubro de exportación.
Es más, el fuerte recorte en los giros a las provincias, está haciendo despertar a varios gobernadores que “tampoco la vieron”, y ahora caen en la cuenta de que el grueso de las retenciones no se coparticipa, que ya no hay tanta inflación para que licúe los gastos ineficientes, y que ahora ellos necesitan la plata, porque las elecciones del ´25 también los alcanza.
El 2025 va a ser, sin duda, un año caliente en casi todos los frentes. Y la agroindustria, aún con los precios internacionales que siguen declinando desde su pico del 2022, podría haber atenuado esas presiones, con un poco de entusiasmo, mejores expectativas para la economía sectorial y, aunque sea, con alguna promesa. Pero no ocurrió.
Y ahora ya es tarde, al menos para el ciclo actual.
El árbol tapó al bosque (…aunque estaba delante de sus narices….), y “no lo vieron”