Escribe Susana Merlo
Transcurridos ya dos meses del nuevo gobierno, si bien los grandes lineamientos marco siguen supeditados a la renegociación de la deuda externa, algunas señales podrían ser consideradas, al menos, como llamativas, o directamente alarmantes.
Es que en un lapso realmente breve, primero se decidió ampliar la aplicación de las retenciones (impuestos a la exportación) a los productos de la agroindustria que ya había generalizado la Administración Macri en septiembre de 2018, volviendo a restarle competitividad al sector con mejor perfomance de la economía argentina.
Como segunda medida, también se le quitaron las preferencias que se habían otorgado por ley, a la industrias del conocimiento, y con las que se pretendía (y se había logrado) un rápido desarrollo con muy buenos resultados al punto que las exportaciones de servicios de este sector ya habían alcanzado los U$S 7.000 millones anuales.
Mirándolo de afuera, ¿que conclusión se puede sacar de un país que por propia decisión, le resta posibilidades a su sector más potente, el campo, y que discontinúa el desarrollo de las tecnologías más avanzadas?
¿Hacia adonde apuntan tales medidas?
De más está decir que el esquema se inscribe exactamente en lo opuesto de lo que están haciendo no solo los países más desarrollados, sino también los que muestran los crecimientos más potentes, desde China a la India, siguiendo el camino que antes habían recorrido Corea o Taiwan.
Pensar en avanzar en un mundo globalizado sin desarrollo tecnológico , es igual de desproporcionado que desaprovechar las ventajas competitivas que presenta un país, o un sector. Pero la sumatoria de ambas es casi incomprensible.
No hace falta comentar lo que representan los famosos “unicornios”, término acuñado en el año 2013 por la fundadora de Cowboy Ventures, Aileen Lee, cuando se refirió a las 39 nuevas empresas que tenían una valoración de más de $ 1.000 millones de dólares, y que se usó para poner énfasis en la rareza de tales startups. Desde entonces se define así a una empresa emergente fundada después del 2003, y cuyo número en Argentina ya ascendía a 6, tal es el caso de Mercado Libre o Despegar, entre otras, aunque las “tecnológicas” se venían multiplicando exponencialmente, desde pymes hacia arriba hasta que se adoptó la medida, semanas atrás.
Pero si este grupo constituye una “novedad”, que podría justificar el desconocimiento de algunos funcionarios sobre su alcance, incidencia, o importancia estratégica, no se puede argüir lo mismo de la agroindustria local, verdadera columna vertebral del país desde sus orígenes y generadora, además de ocupación territorial, de los productos argentinos más competitivos disponibles, a nivel internacional.
Y que, lejos de necesitar tipos de cambio preferenciales para la exportación, como le ocurre a prácticamente todos los restantes rubros, la agroindustria local se amaña incluso, para salir adelante sin la infraestructura adecuada (caminos, comunicaciones, servicios, etc.), y afrontando un todavía muy alto “costo argentino”, producto tanto de lo anterior, como de la excesiva burocracia, y del alto peso fiscal que afecta a la producción en general.
Sin embargo, este caso es fiscalmente mucho más grave ya que a la carga impositiva general se le deben adicionar las retenciones, que desde el 2002 hasta fines de 2015, cuando se recortaron a cero (0%) casi todas a excepción de la soja, habían representado una extracción “extra” de, nada menos, U$S 100.000 millones, mientras que con el nuevo esquema reimplantado en el ´18, y profundizado en enero pasado, se estima que el “aporte” adicional superará los U$S 7.000 millones al año, casi la mitad del monto que el campo invierte anualmente solo para llevar adelante la producción que cubrirá la demanda interna de alimentos, madera y buena parte de la fibra, generando simultáneamente exportaciones que superan el 65% de la divisas que ingresan al país por año, o sea, unos 27-30.000 millones de dólares.
Es muy difícil de explicar, entonces, el porqué de la transferencia de recursos que se le aplican a un área de eficiencia máxima, hacia sectores mucho menos competitivos, incapaces de multiplicar la riqueza..
Por eso, a diferencia de la película Volver “al” futuro, donde se avanzaba en el tiempo descubriendo el nuevo mundo y las tecnologías, el esquema que parece aplicarse ahora aquí sería al revés y se vuelve “del” futuro, retrasando o debilitando a los más avanzados.