Escribe Susana Merlo
El famoso “cisne negro”, con el que se amenazó durante décadas, apareció finalmente a fines del año pasado, pero en una forma inesperada: como “pandemia”, una enfermedad que con la globalización se volvió mundial en pocas semanas.
Y la conmoción, justificada o no, exagerada o no; sacudió a todos los países, jaqueó las economías, y cambió los hábitos sociales de las poblaciones. Pero, si bien el agente es el mismo -el ahora famoso Virus Corona-, y las formas en que ataca al ser humano también lo son; las reacciones no fueron las mismas en los distintos estados y, por ende, tampoco lo fueron los resultados.
Argentina, no solo tuvo – y tiene- una de las cuarentenas más largas (hubo países que ni siquiera la instauraron, como Japón); sino que también ya se ubica entre los países con más proporción de muertes, y con mayor caída de la economía. De hecho, China que es donde comenzó la enfermedad, ya presentará crecimiento económico positivo en este último trimestre del año; y Europa revirtió la tendencia declinante, mientras que en el plano local ni siquiera se sabe si ya se tocaron los puntos extremos (de crecimiento de la enfermedad, y de caída económica).
Seguramente estos datos ya pueden indicar algo a la mayoría…
Pero también, tras el shock inicial de la logística, por el lógico temor al contagio y hasta poner en marcha los nuevos protocolos, el mundo recomenzó la marcha y lo primero que obviamente reaccionó fue la demanda de comida. Es cierto que todavía los restaurantes, hoteles, y los catering (de vuelos, por ejemplo), no se recomponen pero, en compensación, creció en forma descomunal la demanda de materias primas para cocinar en los hogares, y los pedidos de delivery. Con más, o con menos, ocurrió lo mismo en todos lados.
Esto determinó también que en todos los casos los productores, comercializadores, industrializadores, y los transportistas de alimentos fueran considerados como “esenciales”, lo que realmente son.
En muchos lugares no fue necesario siquiera plantearlo, pero en Argentina, a pesar de su naturaleza fuertemente agroindustrial, no estaba tan claro hasta que irrumpió el Codiv. Y a partir de ahí, especialmente funcionarios y legisladores parecieron “descubrir” la existencia de un sector que es la columna vertebral indiscutida del país; el encargado de justificar el grueso de los ingresos de divisas, y el más distribuido a lo largo de la geografía local, entre otras varias cosas.
También, al volverse mediático el tema, y sin que nadie se tome el trabajo de explicar un poco lo que significa un agro pujante cuando casi lo único que se mueve en el mundo es la comida, el campo y sus industrias también se volvieron más vulnerables. Está más expuesto.
Es lógico que si el país necesita recursos (más allá de dirimir de quién es la culpa de que falten), y prácticamente un único sector los tiene, buena parte de la población pretenda que se coparticipen de alguna manera…
¿O acaso no fue el eje del argumento para que la Nación le manotee parte de los fondos a la “opulenta” ciudad de Buenos Aires, la de los jardines colgantes?.
Si es justo, o no lo es, no forma parte de una discusión donde la urgencia marca los ritmos y las tendencias. Lo que no es “inmediato” se discutirá luego…
Pero hoy el país parece no tener siquiera U$S 2.000 millones de reservas, aunque habría unos U$S 11.000 millones de exportaciones agrícolas sin liquidar. ¿Qué podría pasar entonces…?
Repito: el asunto no es que tan justo, o no, sería recurrir a estos fondos síno, más vale, que hizo hasta ahora el sector para evitar que esto suceda o, al menos, para canalizar la situación de la mejor forma posible, o si se intentó algo para evitar o atenuar, los daños más graves.
En realidad no parece haberse hecho demasiado. El campo siguió trabajando “tranqueras adentro”, que en general lo hace muy bien, aunque después se queje de que el resto del país no lo “entiende” (conoce)…
Es más, hasta se da el lujo de presentarse dividido en muchas de las principales cuestiones, o intentos de negociación, con actitudes más cercanas al partidismo político, que a la defensa de los intereses gremiales, y con una postura en lo mediático que en varias organizaciones se reduce a ventilar sus propias internas, más que a los problemas generales.
Y como la naturaleza no espera, y los tiempos de la política poco o nada tienen que ver con los de la producción, en medio de todo esto el tiempo pasa y el sector agroindustrial argentino, la gran promesa del siglo XIX y buena parte del XX sigue siendo eso: una gran promesa y, más vale, continúa achicándose.
Después de casi una década, aún no se recupera la totalidad de los 12 millones de cabezas vacunas que se perdieron entre el´10 y el ´12; la lechería sigue estancada después de una década y media; la soja está casi 20% por debajo de su récord, y alrededor de 60% menos de lo que se esperaba para este momento. La campaña agrícola vuelve a caer este año, con la única excepción de la cebada y el sorgo, mientras que los fruticultores del Valle ya constituyen una especie en extinción.
A este paso, ¿alguien está pensando, realmente, que es lo que se va a poder exportar si alguien se decide, finalmente, que la estrategia país pasa por hacer más fuerte a su agroindustria, y no todo lo contrario?.
Cuando el tren estaba en la estación, no se lo abordó. Ahora arranca y si se pierde más tiempo, ya no se lo va a poder alcanzar…