El Diario de...

Susana Merlo

Una mirada distinta de la Agroindustria

Escribe Susana Merlo

Hay un viejo refrán que dice: “no se aprende en cabeza ajena”, pero parece que tampoco se aprende en “cabeza propia”, a la luz de la insistencia de ciertos funcionarios, en reimplantar medidas que fracasaron en otras gestiones, y que, obviamente, tampoco están dando buenos resultados en la actual.
Y, así como los legisladores experimentados saben que las leyes no pueden ser “horizontales”, sino cortas, concretas, abarcativas, y con los detalles mínimos indispensables, conocidas como “conceptuales”, de igual forma quienes tuvieron alguna experiencia de control saben que entre la zanahoria y el látigo, siempre se impone la primera opción. Esto significa que en general, las medidas operativas deben tender al “incentivo”, y no a la “prohibición”, entre otras razones, porque son mucho más eficientes, menos costosas, se controlan “solas” ya que el principal interesado en dar a conocer el cumplimiento es quién recibirá el beneficio, o incentivo.
Pero esta clase parece no haber sido cursada por algunos que con tenacidad digna de mejores causas, insisten con los precios máximos, los acuerdos, los controles (además, a cargo de cualquiera), las prohibiciones, y toda la serie de “no” sobradamente conocidos.
Sin embargo, cualquiera que haya vivido un poco o, aunque sea, leído algo, sabe que en la historia del mundo las prohibiciones siempre dieron origen a los mercados negros, al contrabando, a los sobreprecios, al desabastecimiento y hasta a las guerras. La de la seda, la del té, la de las especias, la de la sal, la del caucho, y otras muchas más tuvieron su origen en el intento de algunos de controlar lo escaso por otras vías distintas al valor, o al precio.
Pero no hace falta ir tan atrás, porque todos los días se puede comprobar esta situación: se restringe la movilidad y la prohibición se transgrede, o se negocian permisos aunque no estén justificados. No hay suficiente cantidad de vacunas e, inmediatamente, surgen los “contactos”, los amigos, o la vacunación por izquierda. Se ponen precios máximos, y los productos “desaparecen”.
Prohíben el acceso a los dólares oficiales y, obvio, se recalienta el mercado del blue, y así sucesivamente.
¿Por qué entonces la carne puede llegar a tener un comportamiento distinto?, o porque los funcionarios “creen” que esta vez será distinto?.
El producto más controlado, y el mercado más intervenido en la historia de la Argentina es el de la carne vacuna, especialmente en los últimos 100 años. Salvo honrosas excepciones (como la década del ´90), prácticamente nunca operó libremente. Se probó con los precios máximos, regulados, o sugeridos; con las vedas; con los congelamientos, etc., etc., etc., pero nunca se hizo cumplir la Ley Federal de Carnes, ni se luchó contra las irregularidades que generan competencia desleal.
De todos modos, ni unas, ni otras dieron resultado. Peor aún, la imposición de restricciones que impidieron que los productores reciban los precios que marcaba el mercado, fueron la causa principal del estancamiento del rodeo local, mientras en los países vecinos, especialmente en Brasil, seguían creciendo al punto que en los ´60 ambos países tenían rodeos similares de alrededor de 60 millones de cabezas, y en la actualidad, mientras Brasil ronda los 215 millones de cabezas, Argentina no llega ni a los 55 millones. O sea, que mientras el vecino creció 3,6 veces, Argentina cayó del nivel que tenía hace 60 años atrás. Y peor aún, porque a pesar de los avances tecnológicos, tampoco mejoró sustancialmente la productividad del rodeo, ni su nivel de extracción.
Lo más extremo del dirigismo fue la inédita prohibición de exportación de 2006 (que se volvió a repetir este año), que terminó desembocando luego en una matanza extraordinaria que liquidó casi un cuarto del rodeo vacuno (unas 11-12 millones de cabezas) que aún no se terminan de recuperar y que constituyen una de las causas de los faltantes de oferta que se registran periódicamente, con las consecuentes subas de precios, que inquietan a los funcionarios, que terminan, ante la desesperación, manoteando cualquier medida, por fracasada que sea, y el ciclo vuelve a comenzar.
Sin embargo, hay dos inconvenientes: el primero es el grave error de diagnóstico, ya que el problema no es la carne, sino el muy bajo poder adquisitivo de la población local, al punto que según el especialista Ignacio Iriarte “la carne en Argentina se encuentra entre las más baratas, ocupando el lugar 84 en cuanto a precio entre 90 países” (de mayor a menor). Y, como se sabe, si se parte de un escenario erróneo, naturalmente las cosas terminan mal e, incluso, empeoran. Pasa con la salud, o con cualquier otro asunto.
La otra cuestión es que Argentina vivió hasta ahora, en gran medida, con las exportaciones agroindustriales, y ahora como pocas veces antes, necesita imperiosamente las divisas que genera el comercio exterior que, para más datos, está pasando por un ciclo de gran firmeza que está impulsando los precios internacionales nuevamente. Tanto es así que ya el promedio de cotizaciones esta superando los U$S 5.500 por tonelada, con récords en casi todos los cupos con que goza el país (Hilton, 481, etc. etc.). Además, este impulso justificado por la tracción de China, promete continuar en los próximos años, dado que el gigante asiático duplicaría su consumo actual en los próximos 2-3 ciclos.
Pero para algunos funcionarios, esto lejos de ser una buena noticia, es mala, y pretenden “desacoplar” los mercados, cuando lo que hay que hacer de una vez por todas, es olvidarse de la “negativa”, e incentivar la producción en lugar de reducirla, aprovechando así las verdaderas posibilidades que tiene el país.

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