Escribe Susana Merlo
Mientras el sector político sigue concentrado en sus internas y pocos/ ninguno se dedican a gobernar (ni siquiera los funcionarios de menor rango), los productores del campo se debaten en un mar de incertidumbre potenciado por la inestabilidad política, en pleno arranque de la campaña 22/23.
Los riesgos habituales de mercados y clima están potenciados este año. Seca y atrasos en los cultivos del Hemisferio norte, que tensan más la plaza agrícola internacional que, además, sigue con stocks muy bajos; mientras en lo local se sigue acentuando la sequía y las heladas, a pesar del arranque con mejores perspectivas que había hasta hace unas semanas atrás. A esto se le agregan los precios internacionales alterados además por la Guerra del Mar Negro que podrían bajar de golpe si el conflicto se llegara a solucionar (lo que se percibió con el “amague” de fin de mayo), pero que también podrían continuar su escalada alcista si las condiciones climáticas se complican más en las principales zonas productivas.
Una verdadera timba para cualquiera.
Y, aunque, en general, las cotizaciones se encuentran en niveles extraordinarios, eso no se refleja totalmente en la plaza local debido a las retenciones, al atraso relativo del dólar oficial respecto al paralelo, a las restricciones comerciales impuestas, que incluyen hasta la prohibición de exportación en algún rubro, y otra serie de “sugerencias” no escritas que ponen en duda (otra más), las verdaderas posibilidades de recuperar la inversión que tiene el que haga agricultura.
Con semejante cúmulo de incertidumbres, ¿Quién se anima a enterrar por 6 meses, entre U$S 400 a U$S 600 promedio por hectárea, que es lo que implica hacer un cultivo este año, debido a la fuerte escalada de los principales costos (agroquímicos, fertilizantes, etc.)?.
Por supuesto que no es el único problema. A pesar de las declaraciones -y garantías- oficiales, en varias provincias sigue sin aparecer gas oil al punto de que ya se están suspendiendo las labores, mientras en la mayoría de las que aún se consigue (con restricciones de volumen), los precios a abonar son muy superiores al oficial.
Tampoco hay cubiertas, ni muchos de los repuestos importados que exige la maquinaria agrícola más sofisticada. O algo tan simple como el alambre, si el planteo es mixto (con ganadería). Decir que en estas condiciones se puede arriesgar la siembra, parece demasiado pedir, sobre todo cuando si se logran vencer todos y cada uno de los inconvenientes mencionados, tampoco es seguro que se pueda vender con libertad.
Y el dato es clave, pues en la medida que se prohíbe la exportación, o se ponen cupos y restricciones de cualquier clase, se está alterando la plaza, permitiendo que los compradores cuenten con un mercado interno cautivo obligado a aceptar la única oferta “libre”, que es una parte de la demanda local, dado que no se permite exportar.
“Cazar en el gallinero”, o “pescar en la pecera”, son las imágenes más habituales que se usan para definir este tipo de situación.
Pasa con la carne, con el trigo, con el maíz… Medidas explícitas, o no tanto, que impiden que el productor reciba el precio más lleno posible (aun con retenciones y doble tipo de cambio), ya que no juega la competencia.
La antigua “mesa de los argentinos”, ahora se aggiorno al “desacople” de precios que pretenden algunos funcionarios como si ya no hubiera suficiente despegue. Basta ver los precios que cobran por la misma mercadería los restantes vecinos del Mercosur, sea en leche, carne, granos, fruta, o cualquier otro producto.
Pero, lo que más desincentiva, en realidad, es que mientras en condiciones de producción normal se habla de “rentas extraordinarias” para el campo (aunque, de hecho, las principales las tiene el Gobierno), cuando toca la mala con sequías, heladas, inundaciones, o incendios, a los productores les toca perder solos.