Escribe Susana Merlo
Parafraseando el título del famoso film de Warren Beatty: “El Cielo puede esperar”, ganador del Globo de Oro 1978 y nominado también al Oscar , el promocionado despegue de la Argentina sigue postergado para mejores tiempos.
Mientras la política vernácula se sigue mirando el ombligo (léase, todas las acciones solo apuntan al proselitismo de las próximas elecciones), los sectores productivos se debaten entre el potencial que tienen, versus las posibilidades cada vez más acotadas por diversas cuestiones mayoritariamente relacionadas con las políticas internas.
De todos modos, en el discurso, prácticamente todos (incluyendo al oficialismo) coinciden en que para salir del pozo actual, y luego para crecer, una de las cuestiones básicas es aumentar el intercambio de bienes.
Y en este punto, aunque para muchos resulte una obviedad, hay que insistir con que la “balanza comercial” está compuesta por exportaciones, pero también por las importaciones, habida cuenta que estas últimas están fuertemente influenciadas por la actividad industrial cuando las compras se concentran en bienes primarios e intermedios. Dicho de otra forma, cuando esto ocurre, significa que la actividad fabril es activa, alineada con crecimiento económico, y todo eso confluye en mayor producción y, además de un saludable mercado interno, se consolida un vigoroso ritmo de exportaciones, lo que a dado en llamarse: un “círculo virtuoso” .
¿Cual es hoy la situación local?
Pues el consumo interno está fuertemente deteriorado, en algunos rubros, tan bajo como en la salida de la Convertibilidad (sin red) del tándem Duhalde-Remes Lenicov en 2002, momento en que se tocaron varios “pisos”. Pero además, también la actividad industrial está “congelada” con índices que, según el último informe de la Fundación Fiel, hoy se ubica casi 10 puntos por detrás del que tenía en el primer cuatrimestre del año pasado.
De tal forma, si bien el déficit de balanza comercial que era fuertemente negativo, ya el año pasado se había reducido a la mitad y en este 2019 va teniendo saldo positivo, lamentablemente no es por las buenas razones, sino todo lo contrario.
Por un lado, aunque las exportaciones crecen algo en volumen (compensando en parte la baja de la demanda interna), la caída de las cotizaciones internacionales determinan que los montos sigan estables, prácticamente estancados desde hace varios años.
Por el contrario, las importaciones bajaron en forma significativa, reflejo de la caída de la actividad industrial que es, en definitiva, lo que ahora permite un superávit indeseado, lejos del circulo virtuoso de crecimiento.
En el caso de la agroindustria, que sigue siendo el principal rubro que justifica el ingreso de divisas del país, con más del 65% del total, la baja del año pasado por la aguda sequía, compensada este año con un volumen de cosecha mucho mayor, estuvo siendo neutralizado por la baja de los precios agrícolas, por estos días refortalecidos por lluvias excesivas en Estados Unidos, pero que aún no conforman una tendencia definitiva.
Según los datos oficiales, el volumen recolectado el ciclo 17/18 fue de 112 millones de toneladas, versus una cosecha que este año está rondando los 145 millones.
Es cierto que las expectativas son buenas para los productores argentinos, y no solo por el “rebote” de los granos que llevará a ampliar, al menos, las áreas de trigo y maíz, así también como el algodón. Además, las cotizaciones de la carne vacuna que consolidan el mercado internacional, están compensando la baja interna.
Algo similar ocurre con la leche que, finalmente, parece haber dejado de caer en el precio a los tamberos.
Y no son los únicos casos.
El asunto es que, cuanto más “largas” son las producciones, más lento es el tiempo de recuperación. Dicho de otra forma, mientras los granos pueden cambiar fuertemente en una sola campaña (un año), con la ganadería de carne y de leche se requieren, al menos, 3 a 5 años, y mucho más para la fruticultura o la forestación.
Mientras tanto, el costo del dinero sigue siendo extremadamente alto para cualquier planteo productivo. Y ese será el principal cuello de botella, y lo que impedirá que el sector agroindustrial manifieste de una buena vez su verdadero potencial. Para hacerlo, hacen falta muchas inversiones, y no solo productivas, también de infraestructura tranqueras “afuera” para manejar volúmenes 15%-20% superiores, y de estructura, tranqueras “adentro” muy deteriorada por años de descapitalización, junto a una baja importante de la inflación.
Y todo esto se descarta que tendrá que darse ya en el próximo ciclo presidencial, cuando “se plante” un nuevo gobierno, de igual o distinto signo que el actual, y que permita que, finalmente, el famoso “boom” productivo se materialice.