Escribe Susana Merlo
Realmente, mirando la foto de hoy, no son demasiados los factores de optimismo para el sector agroindustrial que es, habitualmente, el más activo de la economía argentina.
Hay una conjunción de factores, tanto externos, como internos, que pesan fuerte sobre la producción: la recesión local de los últimos meses; el atraso del Congreso en aprobar los nuevos instrumentos (como la Ley Bases); la muy alta carga fiscal que aún pesa sobre la producción, o los relativamente debilitados precios internacionales que, en el caso de los granos, siguen cayendo desde sus máximos de 2022, entre otras varias cuestiones, conforman un escenario bastante poco atractivo.
Sin embargo, comienzan a aparecer algunas señales que pueden ir acelerando mejoras paulatinas. Ojo!, es casi imposible pensar en cambios drásticos, pero aunque con errores, los primeros movimientos fueron en la dirección adecuada, y eso puede significar que el horizonte sería mucho más promisorio para la empresa agropecuaria y todos sus eslabones derivados exceptuando, claro está, lo que no se puede gobernar como el clima, o los mercados internacionales.
En primer lugar, se cambio el referente oficial de Agricultura y, si bien se perdieron 7 estratégicos meses de gestión; se entiende que el nuevo responsable de la cartera (Sergio Iraeta) no solo conoce mucho más sobre el negocio del campo, sino que también cuenta con un peso político muy superior al de su antecesor. Ahora habrá que verlo marchar.
Por otra parte, la fuerte disminución de la inflación, y la eliminación contínua de escollos (trámites) administrativos es otro aspecto muy favorable porque simplifica, ahorra tiempo, y agiliza las acciones que para las empresas que no están en la ciudad de Buenos Aires, constituye también un aspecto importante que hace al ahorro y a la eficiencia.
Es cierto que todavía no se eliminaron las retenciones como algunos piden, pero la gran mayoría sabe que eso es muy difícil que ocurra hasta, al menos, el año que viene, pero si se concreta la baja del Impuesto PAIS al 7% en septiembre, y se confirma su desaparición en diciembre; junto a un achicamiento de la brecha cambiaria (que hasta llega a pesar más que las propias retenciones), entonces se habrá dado un gran paso adelante.
Es que un punto clave en el complejo negocio del campo es la credibilidad y la confianza. Es necesario tener un horizonte previsible para hacer inversiones que son muy fuertes cada año. Entonces, no solo es importante que las medidas vayan en la dirección correcta, sino también que cuenten con la confianza suficiente de que no se va a dar marcha atrás como ocurrió, por ejemplo, con las retenciones que se recortaron en 2016, y luego se volvieron a subir en 2018. Los cambios ahora, además de los urgentes, deben ser estructurales. Y en ese sentido, los recientes anuncios presidenciales en la Rural se ubican en ese escenario.
No hubo nada demasiado general, ni contundente, pero tampoco hubo nada a contramano. Todo se alineó en la buena dirección desde la confirmación de la eliminación “definitiva” de las retenciones a los lácteos, hasta el quite de los impuestos a todos los tipos de vacas de exportación, o la “baja” del 25% a las retenciones de las proteínas animales, entre otras.
Por supuesto que falta mucho más, y profundizar en la simplificación de la política impositiva, en la quita de todas las cargas que cuando se crearon fueron calificadas de “transitorias” (como el Impuesto al Cheque), o las directamente regresivas como el Impuesto a los Sellos que tienen varias provincias y, ¡ni hablar! de los verdaderos “impuestos” que siguen inventando varios municipios para poder cerrar sus cuentas, o tapar sus ineficacias y que, no solo constituyen verdaderas aduanas internas (prohibidas, por cierto), síno que le restan competitividad a la agroindustria para poder exportar más y crecer.
En el caso del Congreso la tarea es mucho más complicada. En primer lugar, hay que lograr que las banderías políticas no frenen el trabajo para el cual fueron elegidos tanto senadores, como diputados. Pero por otra parte, es casi tan necesaria la rápida aprobación de una serie de leyes imprescindibles para el desarrollo y las inversiones (como la Ley de Semillas, etc.), como la derogación de otra lista de estos instrumentos que directamente son inaplicables (Ley del Fuego), o anticonstitucionales (como la mal llamada de Extranjerización de la Tierra), entre otras muchas que se contradicen entre si, o se superponen, o quedaron desfasadas en el tiempo y/o la tecnología.
Y, si esto también comienza a funcionar, entonces solo resta esperar que el clima sea un poco más regular que en los últimos períodos ya que el campo iría recuperando el optimismo, y seguramente, podrá redoblar la apuesta y contar con un 2025 que comience a dejar atrás las dos décadas de estancamiento que vive la Argentina.