Casi inconscientemente, cada cambio de ciclo se intenta creer que con el Año Viejo todo queda atrás y se inicia un nuevo periodo distinto, sin arrastre de los problemas que aquejaban hasta ese día.
Obvio que no es así.
En el campo se sabe muy bien.
Las retenciones siguen estando, igual que los impuestos y costos crecientes.
La sequía se mantiene en muchas regiones, y el mercado internacional hace meses que no aporta demasiado, y esto no parece que vaya a cambiar en los próximos meses.
El malhumor también está presente, incluso, un poco más que de costumbre.
Razones no faltan.
La gran incógnita es como se sigue, que se puede pretender en el marco de un esquema que no tiene márgenes, en el que no se puede negar la situación de extrema vulnerabilidad de mucha gente (aunque tal vez no toda la que se dice, o que recibe transferencias de otros sectores), y parece casi infantil a esta altura esperar el achicamiento y/o racionalización del elefantiasico gasto público que casi como una burla vuelve a crecer, como por ejemplo, la cantidad de ministerios, que otra vez aumentaron a 21, después que la Administración Macri se vio forzada a bajarlos a 15, tras haberlos subido a 25 casi al arranque de la gestión en 2016.
Alguien recuerda, acaso, que cuando más grande y potente fue la Argentina, tenía sólo 8 ministerios??
Asumiendo entonces que por el momento parece haberse impuesto la teoría de la reactivación económica vía el aumento del consumo interno, y no por el camino del crecimiento de la producción a la que, de hecho, se le recortan aún más los ingresos por la aplicación de mayores impuestos y por los costos crecientes, lo que se puede prever es la profundización de la tendencia de lo que ya venía ocurriendo en los últimos dos años, con una caída del PBI agropecuario, más allá de que algún rubro puede haber registrado crecimiento, como la producción de maíz o trigo. Muchos, sin embargo, se estancaron y varios otros retrocedieron, y mucho.
Ya antes de la debacle económica que se produjo a partir de agosto, se preveía una caída relativa del área global de siembra, que luego se siguió acentuando por el clima, y “los números”….
Hoy, incluso, es muy difícil para la empresa agropecuaria poder prever los futuros ingresos, o hacer los cálculos para costos o reposición a 3-4 meses cuando, por caso, se levante el maíz o la soja que se estuvieron sembrando hasta ahora. Ante la incertidumbre, que incluye eventuales nuevas medidas económicas que se pueden sumar a las ya definidas, la primera reacción es la de achicar al máximo los costos suspendiendo, incluso, aplicaciones de agro químicos y fertilizantes ya comprados (lo que no siempre es una buena idea desde el punto de vista productivo), pero que permite “dólarizar” pesos que de otra forma es prácticamente imposible. Y, si bien no son todos los productores los que adoptan esta decisión, se estima que una buena parte lo hace, lo que va a repercutir también en los niveles de producción al afectar, en forma bajista, a los rindes esperados por menor fertilidad y/o mayores ataques de plagas y malezas.
De ahí que no sea adivinación prever una cosecha menor a la anterior que, aunque no fue de 147 millones de toneladas como sostuvo el Gobierno, igual fue récord con alrededor de 140 millones, en tanto que la actual se estima ya a esta altura en no más de 135 millones, siempre y cuando el clima se regularice y deje de provocar daño.
La noticia no es buena para los productores, ya que implica menos cantidad de dinero en el sector para seguir con la rueda productiva, pero tampoco lo es para el gobierno que dispondrá de menor cantidad de divisas por exportaciones (menor volumen y, hasta ahora, menores cotizaciones internacionales), disminución por ende de ingresos fiscales y, llegado el momento, la desagradable noticia de que más de 40% de la producción exportable ya se encuentra ” anotada”, lo que implica que se comercializará con las reglas anteriores a la fijación de los nuevos impuestos.
Y todo esto, significará que sobre los más de U$S 7.500 millones que esperaban drenar del sector agropecuario por los nuevos gravámenes, la cifra se puede llegar a reducir a la mitad, y eso sí el diablo no sigue metiendo la cola con el clima.
Así las cosas, el ” día después” no parece que traiga ningún cambio positivo de significación para la producción, por lo que seguramente, se mantendrá la tendencia al achicamiento, a la reducción al máximo de costos ( aunque implique dejar de usar insumos clave), y a evitar todo aquello que se parezca a ” riesgo”, o sea, de producir ni hablar lo que se va a reflejar a pleno ya en la próxima campaña 20/21…