Escribe Susana Merlo
Ríos de tinta, y horas de protestas y discusiones insumieron las mal llamadas retenciones (impuestos a la exportación), que desde tiempo inmemorial se le aplican, especialmente, a los productos agroindustriales.
Con la única excepción en los tiempos modernos, de los ´90, cuando fueron eliminados desde marzo del ´91 por el tándem Menem-Cavallo, hasta enero de 2002, cuando Duhalde-Remes Lenicov volvieron a instaurarlas en forma “extraordinaria”, y teóricamente por solo un año, pero se podría decir que la Argentina agropecuaria que se conoce hoy, nunca trabajó sin este gravamen.
Prácticamente, además, casi todas las máximas autoridades de la Nación (Presidentes/as; Ministros de Economía, etc.) encontraron en la alternativa simplista de cobrar retenciones, una solución rápida, y hasta bien vista por los sectores más reaccionarios, de cerrar sus cuentas y disimular sus frecuentes ineficiencias en materia de administración pública.
Apenas un par, sin embargo, intuyeron al menos, el terrible impacto negativo de tal política aplicada en forma permanente y, en más de un caso, hasta con agravantes como varios de los instrumentos que se instauraron conjuntamente en las últimas dos décadas (desdoblamiento de tipo de cambio, cupos, cuotas, cierre de exportaciones, los PEA, etc.) algunos, incluso, hasta más graves que las propias retenciones.
Y, si bien es cierto que cuando ya se tensó demasiado la cuerda, en 2008, bajo la primera presidencia de Cristina Fernández de Kirchner, y con el actual titular de la UCR, Martín Lusteau como titular de Economía, la “rebelión de las bases” ante la eventual aplicación de “retenciones móviles”, luego conocidas como Resolución 125, conmocionó al país con 4 meses de protestas que pararon buena parte de la economía, y que se cobraron, no solo a Lusteau que debió renunciar, sino también al Jefe de gabinete de entonces; el ex-presidente Alberto Fernández, y el titular de Agricultura, el patagónico Javier de Urquiza. Fueron contadas las veces a lo largo de la historia en que se dispararon protestas de envergadura por esta causa.
Pero, aún sin protestas manifiestas, lo que no es ocultable es el resultado de estas políticas, que determinaron el estancamiento de la Argentina productiva por casi dos décadas, apenas movida por los avances tecnológicos (exponenciales en los últimos años), el bajo crecimiento poblacional (que deja más producción para las exportaciones), y las cotizaciones internacionales que en lo que va de este ciclo, registraron al menos una media docena de picos extraordinarios que suplieron, vía precios, la caída relativa de la producción.
En el mismo lapso, todos los países vecinos avanzaron y se consolidaron, incluso, consiguiendo más diversificación de mercados que la Argentina, que había liderado el crecimiento y la apertura regional en los ´90.
Una cuenta muy rápida indica que el aporte “extra” por las retenciones de parte del campo y sus industrias derivadas, en lo que va del siglo supera los U$S 150.000 millones. Y, considerando que justamente esta actividad se caracteriza por la reinversión general de lo obtenido, entonces el crecimiento productivo “lineal” (sin considerar el acumulativo gradual) en dos décadas debiera haber sido de, al menos, otros 20 millones de hectáreas cultivadas por año (un 15% más que en la actualidad); unas 15 millones más de cabezas en el rodeo vacuno (+ 27%-30%); y otro millón de hectáreas forestadas (+100%).
Eso, que es lo que ocurrió en todos los países vecinos, le hubiera permitido a la Argentina, entre otras cosas, contar con una industria aceitera (el principal rubro de exportación) sin capacidad ociosa; contar incluso, con otras 20 millones de toneladas de soja para exportar directamente como poroto, y no tener que importar de la región 10 millones de toneladas de la oleaginosa, como ocurrió este año (pero que ya viene sucediendo con volúmenes menores, desde hace años). A esto se sumarían unas 8-10 millones de toneladas de maíz, la duplicación de las exportaciones de carne vacuna, y un desarrollo de la industria de la madera y/o la pasta de papel que hoy el país no tiene.
Todo, a su vez, con una consolidada actividad de la economía de las provincias por los distintos servicios, transporte, logística, etc., etc.
Unos U$S 30-35.000 millones más por exportaciones anuales, y con una economía más fuerte, más dinámica, y con mejor equilibrio interior entre las regiones.
Tal cosa no ocurrió, porque los recursos de las provincias fueron absorbidos por la Nación, pero tampoco se ve adonde fueron derivados. ¿Más y mejores caminos?, ¿más conectividad?, ¿más ferrocarriles, en lugar de transporte carretero que destruye las rutas y es altamente contaminante?, ¿más escuelas?, ¿más hospitales?, ¿más aeropuertos y salidas al mar por el norte, y el sur del país?….
¿Dónde están los U$S 150.000 millones que aportó el campo? y ¿Por qué los sucesivos gobiernos provinciales permitieron que se los tomaran, obligándolos luego a peregrinar “a la Capital” para pedir recursos que legítimamente les pertenecían?
Igual que Alemania del este (comunista) que después de años de estancamiento económico y empobrecimiento de su población, finalmente volteó aquel lamentablemente famoso “Muro de Berlín” que desde agosto del ´61, hasta noviembre del ´89 la separaban de la Alemania próspera y moderna del oeste, tal vez la Argentina debería voltear su propio “muro”, político e intelectual, que le impide revertir el deterioro y retroceso de todos estos años, y empezar a recuperar algo de lo que tuvo a principios del siglo XX, cuando se ubicaba entre las principales economías del mundo.