Escribe Susana Merlo
“¡El liberalismo absoluto no existe!”, la frase, tajante, orienta ya a una respuesta que, para algunos se remite apenas a lo económico, para otros es una filosofía, y un tercer grupo lo enmarca en “una forma de vida”.
En todo caso, las opciones son variables, pero de ningún modo pueden excluir otras calificaciones políticas como la derecha, o la izquierda, y menos aún al populismo. Hay liberalismo que, como cualquier otra concepción política, también puede caer en cualquiera de estas alternativas.
Pero esto, ¿que tan importante es para el campo y la agroindustria?, pues mucho, y en todos los aspectos, en parte, porque la Argentina nació a partir de una Constitución, la de Alberdi de 1853, con una esencia netamente liberal, al punto que lo “alberdiano” pasó a ser casi sinónimo de libre, y también de “éxito”, dados los resultados que fue logrando el país en aquellas décadas desde mediados del siglo XIX, hasta alrededor de 1930.
Las razones fueron varias, aunque en todos los tiempos hubo luchas internas y amenazas externas, muchas de las cuales se dirimieron en batallas sangrientas, pero igual el país no paraba de crecer y se convertía en la “tierra prometida”, no solo por sus riquezas naturales sino, más bien, por su apertura a los inmigrantes y su inclaudicable respeto a la propiedad privada.
La conjunción de ambas cosas, amalgamadas con una gran libertad (política, de credos, de actividades) y el profundo deseo de desarrollo, individual y colectivo, llevaron a la Argentina a los primeros lugares del mundo. Tanto así que la escueta respuesta a la consulta del Presidente Marcelo T. de Alvear (1922-1928), a la banca estadounidense sobre el crédito que podía tener la Argentina fue: “Ilimitado¡”.
El desarrollo estaba en los lugares más recónditos. De la mano del ferrocarril se integraban las zonas productivas, cada vez con más inmigrantes desplegándose por las “colonias” para hacer agricultura, y mezclándose con los “criollos”, que eran más ganaderos. Pero también los salesianos (1875), y los jesuitas (que llegaron al país antes del 1600) lograron importantes avances, los primeros en la Pampa Húmeda, Cuyo y la Patagonia adonde entraron con Julio A.Roca, mientras que los segundos prefirieron el NOA (caña de azúcar, maderas, etc.), y el NEA adonde desarrollaron una especie de antecesor del Mercosur entre Argentina, Paraguay y Brasil y donde, además de cultivos, se ubicó (gracias a una Merced Real de 1696) la primera “estancia” del país, Rincón de Luna, en una especie de isla en el Iberá, dado que aún no existían los alambrados.
El país se estaba haciendo a caballo, y junto con las más variadas corrientes inmigratorias, también comenzaron las inversiones más fuertes: alemanas, británicas, incluso estadounidenses, aunque el país del norte, más atrasado en su desarrollo, todavía luchaba con su propia conquista.
En todos los casos, el epicentro era la actividad agroindustrial, desde los cueros y el tasajo de la Colonia, hasta la lana, la madera, el tanino, la carne vacuna y, naturalmente, los granos que luego dieron lugar al desarrollo del rubro de exportación más importante que aún tiene el país: las oleaginosas (girasol y soja, especialmente) y su industria aceitera.
De tal forma, la libertad para hacer; la propiedad privada para crecer; la claridad y permanencia de las reglas emanadas de la Constitución, y la independencia de cada persona para crear riqueza, fueron la base de la Argentina y esta, a su vez, íntimamente ligada al desarrollo agroindustrial.
Lamentablemente, toda esa tendencia, y el espíritu que la alimentaba, se frustraron a partir de una sociológicamente errónea interpretación de lo que significa “industria”, de mediados del siglo pasado, cuando se dejó “afuera” de la ola industrial de post guerra, a los alimentos, la madera, o las fibras, entre otras productos.
¿Será este liberalismo actual tan trascendente para el país como el que inspiró a Juan Bautista Alberdi?. ¿Será refundacional?, ¿Tendrá nuevamente el “campo” la posibilidad de entonces para recuperar su verdadero potencial, sin trabas, frenos, cayendo en un lugar “de segunda” frente a la “industria” , o teniendo que sostener la ineficiencia de otros sectores, o de la propia política?.
Falta muy poco para saberlo