Escribe Susana Merlo
La historia argentina está sustentada sobre la producción agropecuaria. Al principio, con el ganado cimarrón, los cueros y el tasajo, después se desarrolló la ganadería a partir del alambrado y la aparición del buque frigorífico, que permitió la exportación de carne, hacia fines del siglo XIX. Finalmente irrumpió la agricultura de la mano de la inmigración europea.
Así las cosas, y hasta nuestros días, “el campo” fue, entre otras ,varias, la causa de la ocupación territorial del país, y la justificación principal de su comercio exterior cuyo ingreso de divisas se sustenta entre 65% y 70% en los rubros agroindustriales.
Los argentinos tienen la historia, el conocimiento y, todavía, algunas de las ventajas de clima, suelo, y escasez de población para ser grandes productores y exportadores, en especial, de alimentos.
Y este año no es la excepción. A pesar de la fuerte sequía que asoló el corazón agrícola en la última campaña, y que recién ahora se reconoce que causó la pérdida de alrededor de 30 millones de toneladas, según cifras oficiales (al menos 35 millones para los privados), igual los productores buscaban “revancha”, para poder compensar en este ciclo 18/19 las cuantiosas pérdidas, superiores a los U$S 10.000 millones de la campaña anterior.
El Gobierno también, aunque no con demasiada conciencia, se enroló entre los que sostienen que “una buena cosecha, salva al país”, concepto bastante antiguo, injusto, y además, inexacto.
No se puede cargar a un solo sector la responsabilidad de generar los recursos para compensar los gastos excesivos, el no achicamiento del Estado, las malas distribuciones de recursos, o la falta de decisión política para racionalizar asignaciones cuestionables.
Al margen de esto, hay además una serie de limitantes “físicas”que acotarían esa posibilidad y que se concentran alrededor de la financiación, y el muy alto costo del dinero para cualquier actividad productiva, más aún frente a las múltiples opciones financieras.
El aumento de los costos para una actividad cuyos insumos están en buena parte dolarizados, las subas continuas de un elemento básico como el gas oil, los incrementos de impuestos y tasas, para no hablar de la conmoción -e inseguridad- que generó la reimplantación de las retenciones (impuestos a la exportación) justo en el momento de definir la siembra de los estratégicos granos gruesos, como maíz y soja, que completaron un combo que recortó chances de mayores siembras, y está todavía provocando el reacomodamiento de los cultivos.
Pero además, octubre trajo aparejadas una serie de cuestiones muy negativas, desde las muy bajas temperaturas desde mitad de la Pampa Húmeda hacia el sur, o mucha seca y singulares mangas de granizo hacia el norte, lo que diezmó cantidad de potreros con trigos desarrollados, y maíces de primera ya emergidos que habrá que resembrar (si se puede).
Si esto se suma al casi estancamiento de la producción agrícola en las últimas 9 campañas agrícolas, en alrededor de 31 millones de hectáreas (entre 35 y 37 millones de hectáreas para el Gobierno), quedan claras las limitantes extra clima que afrontó la actividad en los últimos períodos, que le impidieron materializar el potencial productivo que a esta altura debería haber superado las 135-140 millones de toneladas, y todavía se ubica alrededor de 120-122 millones, y con calidades en varios casos objetables, tanto en trigo como en soja, debido a la baja utilización de insumos estratégicos como los fertilizantes, que no llega aún a los 4 millones de toneladas por año.
Lamentablemente este ciclo tampoco va a mostrar un cambio sustantivo, aunque los voluntaristas traten de disfrazarlo de “récords”. De hecho, ni siquiera el único cultivo que presentaba hasta los cambios político-económicos, las mayores expectativas, el trigo, lograría área récord pues las siembras de 2001 y 2002 fueron superiores, sin mencionar a las del siglo XX, muy superiores, igual que en maíz. En cuanto a los volúmenes, ahora dependen especialmente del clima, y todavía falta mucho para completar la cosecha, pero ya se sabe que ni la soja, ni el girasol lograrán los pretendidos “récords”, y en maíz esa posibilidad se va alejando día a día, por los vaivenes climáticos, el mayor costo comparativo del cultivo, y la inseguridad que generan los cambios continuos (para mal) en materia de impuestos, no ya solo para la exportación (retenciones) que podrían aumentar aún más antes de la cosecha, sino también en Bienes Personales, Ganancias, Ingresos Brutos, y los provinciales como Sellos, etc..
Y, lo peor, es que además de los productores, también para el país hubiera sido clave lograr una muy buena cosecha (aunque tampoco alcanzara para “zafar” totalmente de la crisis actual), pero las malas medidas económicas, y la falta de timing oficial para aplicarlas, lo volvieron a impedir…