Escribe Susana Merlo
Desde siempre se escucharon las quejas del campo, al punto de que su fama es, justamente, el reclamo. “El campo siempre llora”, se escucha. Sin embargo, y simultáneamente, es el sector al que históricamente apelaron los distintos gobiernos para sus fondeos, y para “tapar agujeros” económicos, y financieros, buena parte de ellos provenientes de errores oficiales en la aplicación de las políticas. Y esto, salvo alguna honrosa excepción, a lo largo de muchísimas décadas.
Es que la capacidad del agro para dar siempre respuestas, para absorber los errores impuestos, y seguir produciendo y generando recursos aún en situaciones adversas de mercados internacionales, y hasta del clima local, determinó que se diera por sentado que “el campo aguanta todo, y siempre sigue adelante”.
De hecho, a lo largo del tiempo y de las distintas Administraciones de los más variados signos políticos, fue el rubro que menos ayuda requirió; el que en general soportó un tipo de cambio diferencial, pero que a diferencia de la industria tradicional que contó históricamente con reintegros, en el campo siempre fue de signo negativo a partir de las controvertidas “retenciones”, o impuestos a la exportación, casi una “rareza” mundial ya que, más vale, todos los países intentan alentar sus exportaciones, en lugar de restarles competitividad (salvo en Argentina).
Por otra parte, la actividad agropecuaria es de las pocas con saldo comercial fuertemente positivo, ya que es mucho mayor la cantidad de dólares que genera por sus ventas al exterior, que los que consume por importar insumos estratégicos.
De poco sirve mencionar el impacto en el mercado interno, ya que constituyó un salvavidas permanente para la mayoría de los gobiernos al proveer con creces, las demandas internas de un rubro tan básico como el de alimentos; lo que también le valió, en algún momento de déficit circunstancial, no solo los cuestionamientos sociales más fuertes, sino que además justificó toda la gama de intervenciones oficiales imaginable (y más) que siempre terminaron de la misma forma: agudizando los déficits…
Con esta perfomance histórica era difícil imaginar algún cambio de escenario, o alguna forma de rebeldía (la mayor audacia en las décadas recientes fue la protesta por la 125, y duro apenas 4 meses)….
Pero llegó la seca…
Fueron casi 3 años de lluvias por debajo de los promedios, con un último ciclo extremo y, lo que nunca iba a pasar, sucedió. La producción agrícola cayó más de 40%; las pérdidas ganaderas todavía no se terminan de calcular, y se estima que globalmente, y solo por pérdidas directas (lease caída de las exportaciones), se superaron los US$ 22.000 millones, además del freno de toda la actividad económica.
Obvio, el PBI se resintió y hoy se estima un retroceso de cerca de algo menos de 3 puntos, solo por la menor producción. Fletes, actividades derivadas, servicios, venta de insumos, etc., etc., etc., se resintieron y finalmente, la política comenzó a caer en la cuenta de lo que realmente representa la actividad agropecuaria para el país.
Argentina tuvo que salir a ¡importar soja!, para tratar de aliviar el fuerte lucro cesante del mayor rubro industrial del país: el polo aceitero (y no las terminales armadoras automotrices, como muchos creen, y que tienen reintegros).
También fue necesario subsidiar a la harina (el mercado de trigo todavía está invertido, con el precio local por encima del internacional), y se esperan fuertes subas para los precios ganaderos, ni bien comience a llover (lo que todavía no ocurre en buena parte del país), porque los productores que hasta ahora tuvieron que liquidar hacienda adelantada, debido a la falta de campo (sin pasto natural, y con pérdida de pasturas por falta de agua), van a retener para poder ponerle unos kilos encima a los animales.
Ahora, en pleno periodo de elecciones, muchos funcionarios comienzan recién a “entender” como funciona la cosa, y cuales son los resultados de las medidas que “no” tomaron hace meses, y años, atrás cuando desde distintos sectores se alertaba sobre los riesgos que se estaba corriendo. Como dicen algunos, ahora es “demasiado tarde para lágrimas”…El daño ya está hecho.
Por supuesto que más de un productor va a quedar por el camino, pero “el campo” como conjunto va a reaccionar cuando el clima se regularice, y en un par de campañas, si el tiempo ayuda, se va a volver a los niveles pre-pandemia, y si además hay algo de alivio fiscal, es probable que también pueda haber algún salto de producción en cantidad. Todavía muy lejos del nivel de los vecinos, pero revirtiendo la curva de caída y/o estancamiento.
Pero al menos, algo bueno se podría sacar, si los funcionarios y legisladores, y los que pretenden llegar a serlo, aprenden la lección que, finalmente, tuvo que imponer la naturaleza, con una seca inédita que desnudó el verdadero valor estratégico de la producción agroindustrial en la Argentina.