Escribe Susana Merlo
Como cualquier ciudadano y empresa, los argentinos estamos sometidos a los avatares de la política económica que en tiempos de elecciones, como los actuales, se tornan más inestables y complejos que lo habitual. La falta de reservas, el riesgo país, el nivel del dólar, las negociaciones con los acreedores, la presión fiscal, etc., son comunes a todos, e inciden en cualquier nivel y actividad. Nadie zafa del impacto, como tampoco de la inestabilidad política.
También es inevitable la postergación de decisiones oficiales que “siempre”, van a anteponer las “urgencias” de la política pre-comicios, a las de la propia gente y, más aún, a las de la producción.
Sin embargo, el campo atraviesa algunas situaciones especiales, distintas al resto. La primera es el clima, que afecta al agro en forma directa, tanto a la agricultura, como a la ganadería, y que es un diferencial de magnitud respecto a otros rubros más protegidos, o que se desarrollan “bajo techo”.
La distancia es otro aspecto que, a pesar de las nuevas formas de comunicación y de contacto, sigue pesando sobre el sector agropecuario, en general alejado de los grandes centros habitacionales, de decisión, y también de los medios periodísticos de gran influencia.
Si se juntan ambos factores, es más fácil entender porqué, a pesar de la importancia económica de las inversiones y de la producción del campo, su peso es relativo en los principales centros políticos y, en general, sus necesidades son postergadas por los candidatos de turno que anteponen las urgencias (o el proselitismo) en los grandes conglomerados urbanos, a los de las amplísimas y estratégicas zonas rurales.
También, la falta de una alianza estrecha con quienes debieran ser sus “socios” de hecho: los consumidores, completa el panorama de “debilidad” política que en general, caracteriza a este sector.
Ahora, sin embargo, está surgiendo una nueva ruptura, esta vez dentro del propio rubro que, seguramente, en parte es consecuencia de las anteriores, y que se trata de la grieta “tecnológica”.
La intempestiva irrupción de una nueva ola técnica que prácticamente está cobrando el ritmo y la magnitud de un tsunami, obviamente presenta ventajas imprevistas, pero también varios desafíos.
El caso es que las novedades están siendo exponenciales y la rapidez del cambio es tal, que en muchos casos, solo los más jóvenes, o los que cuentan con alguna especialidad, son capaces de entenderlas, y de aprovecharlas en toda su magnitud.
Sin embargo, si algo caracteriza al campo argentino, es su gran adaptabilidad, y la rapidez con que absorbe las novedades y las aplica, por lo que el freno a los avances que se está registrando no es, en general, por estas cuestiones..
La demora que se está registrando ahora, y que sobrepasa lo meramente tecnológico y/o etario (edad), es básicamente el problema económico.
Así, la robótica, el control satelital, la big data, softwares y hardwares, son moneda corriente, igual que la multiplicación de start apps y cantidad de pymes tecnológicas de servicios que producen los programas más variados, al punto que hoy sería posible conocer cada centímetro cuadrado de un potrero; su composición química; a que profundidad hay que sembrar la semilla; que variedad utilizar; que nivel de humedad hay en el suelo; y cuanto y cuando hay que regar, y eso sin hablar de los avances químicos, de la nanotecnología con sus microgotas; o de las nuevas moléculas de muy bajo impacto ambiental; así como el aprovechamiento “¨democrático” de este inmenso paquete.
Sin embargo, las diferencias de rendimientos y la amplitud de resultados que se vienen obteniendo muestran claramente la diferencia que se está dando entre los que adoptan la técnicas y los que no lo hacen, y que no es solamente por un problema de limitante económica, sino también por el gran riesgo en el que volvió a caer la producción agropecuaria, en esquemas de alta inestabilidad que se suman a las variables bien conocidas de clima y mercados.
Los registros locales, y los que se están dando en los países vecinos, muestran sin discusión el nivel de retroceso que se está registrando en la Argentina que, históricamente, había sido el país líder en la producción agroindustrial latinoamericana, cosa que ya no ocurre.
Pero lo más grave, no es solo el retroceso relativo del campo, sino el achicamiento global de la economía del país, dada la importancia que el rubro tiene en la actividad económica y, más aún, la baja en términos de la disponibilidad del volumen de alimentos, tanto para el mercado interno y “la mesa de los argentinos”, como para la exportación y la excluyente generación de divisas genuinas que requiere la Argentina con urgencia.