(28-10-24) Por Susana Merlo, especial para Más Producción de La Mañana de Neuquén.
Aunque parece haber pasado un siglo, en apenas poco más de 10 meses el Gobierno Nacional removió a un Secretario de Estado (Fernando Vilella), a media docena de subsecretarios o rango similar del área (German Paats, Pedro Vigneau, Germán Di Bella, Juan Cruz Molina Hafford, titular del INTA; Sergio Robert vice del SENASA, etc.), pasó el área de Agricultura a Bioeconomía, para recalar otra vez en Agricultura, y tomó varios medidas de desregulación (positivas) y otras no tan simpáticas, como la más reciente del chipeo electrónico de la totalidad de la hacienda vacuna, bubalina y los “cérvidos”, que nadie explicó del todo aún como se va a hacer.
A la luz de ocurrido, parece muy claro que lo que al principio era un rejunte de gente que no tenía demasiado que ver entre si e, incluso, casi ni se conocían, comenzó a ser un bloque mucho más compacto de funcionarios de estrecha relación con el Ministro de Economía, Luis “Toto” Caputo y acostumbrados a trabajar juntos desde mucho antes de que comenzara la ‘Era Milei’.
Es cierto también que en las últimas semanas el Poder Ejecutivo volvió a sorprender con una nueva vuelta de tuerca sobre un asunto clave: el achicamiento del Estado, algo que reclama buena parte de la sociedad que, no solo pretende que el “ajuste lo hagan todos”, sino especialmente que se baje la pesada carga impositiva que recae sobre contribuyentes y producción, lo que no se puede lograr sin disminuir los gastos, por un lado, y aumentar la producción, por otro. Pero como esta última depende en buena medida de las inversiones y estas, a su vez, de la “credibilidad” en que las reglas de juego del Gobierno van a ser estables, entonces se hace necesario ir ganando tiempo por otro lado.
Y es natural que el campo, origen de más del 60% de las divisas de exportación que genera la Argentina, aunque originalmente “no estaba en el radar” del Presidente Javier Milei, muy pronto se encumbró ante Economía, y de ahí a que Caputo (Luis) comenzara mover los hilos para “poner a su gente”, hubo un solo paso.
Hay que recordar que, al margen de la calificación como funcionarios del grupo anterior de Paseo Colón (sede de Agricultura), en primer lugar les “prohibieron hacer declaraciones”, y luego les retiran la firma para gastos que quedó en manos del Secretario de Producción Juan Pazo, mientras iban volteando a uno tras otro hasta llegar al propio Vilella que fue eyectado tras un viaje (consuelo) a China a principios de julio pasado, cuando fue sustituido por Sergio Iraeta . En la jerga política, los “esmerilaron”.
Reestructuración de organismos
Y todo este racconto se fue produciendo en simultáneo con algunos recortes en las retenciones (no en el caso de cereales, y menos aún, de la soja), y la eliminación de registros y otras trabas al comercio. Pero también en los últimos días trascendió (de fuentes oficiales) la eventual fusión del Registro Único de la Cadena Agroalimentaria (RUCA), con el Sistema de Información Simplificado Agrícola (SISA), dos gigantescas bases de datos que debieran incluir a la totalidad de los productores, y al resto de la cadena agroindustrial.
El hecho se produciría a partir de diciembre, momento en el cual todo quedaría bajo la órbita de la ahora “ARCA” (Agencia Nacional de Recaudación y Control Aduanero), compuesta por la ex AFIP y la Aduana, tema con que el Gobierno sorprendió a todo el mundo la semana pasada, y que parece implicar bastante más que el mero achicamiento de unos 3.500 agentes de la Administración Pública, lo que tampoco es del todo seguro.
De hecho, en varias otras reparticiones multitudinarias, que deberán bajar sus dotaciones, “confían” en que las indemnizaciones por los despidos del personal jerárquico, o de más años, “es tan caro” que va a terminar no produciéndose, lo que también hace mirar con particular detenimiento lo que va a suceder en AFIP y Aduana, donde los sueldos superiores eran millonarios, además de los viáticos y otros beneficios conexos.
El caso es que, por un lado la tecnología que simplifica y acelera muchas funciones, y por el otro, la “capas geológicas” de personal que fueron superponiéndose con cada nuevo gobierno, determinaron crecimientos exponenciales en los organismos públicos (lo mismo ocurre en la mayoría de las provincias, y hasta en los municipios), con costos exorbitantes. Por ejemplo, la tradicional sede de Agricultura en la Avenida Paseo Colón, no llegaba a 1.000 agentes a fines de los ’90, mientras que en los últimos años había superado los 7.000, cifra en la que también rondan (en algún caso “holgadamente”) el INTA y el SENASA, entre efectivos y contratados.
Pero además, estos números, al menos llamativos, no implican en todos los casos, que el desempeño sea mejor, o más eficiente. Al contrario. Se sabe, por ejemplo, que buena parte de los abultados presupuestos corresponden a las inmensas centrales administrativas, o a las cabeceras, mientras que las agencias, experimentales, y sedes, aunque mucho más numerosas, representan un costo significativamente menor. En el caso del Senasa, a partir del ordenamiento y las gestiones “on line”, ascenderían a alrededor de 300 las oficinas que desaparecerían en todo el país, procediéndose a su venta en caso de ser propiedad del Estado.
Ahora bien, si a todo este movimiento se le agregan algunos datos “sugestivos”, como que el ex vice interventor de Vicentín (en el Gobierno de Alberto Fernández), y encargado durante años de varios registros de Agricultura, y de la ex controvertida ONCCA, Luciano Zarich, pasó a revistar como “asesor” en el Ministerio de Economía, podría pensarse que el nuevo equipo, conocedor de sus limitaciones en materia de “campo”, buscó “especialistas” en comercio, como el controvertido funcionario, para consolidar los ajustes.
Y si simultáneamente, se considera la eliminación de algunas exenciones impositivas, como la que se anunció para los diarios, todo apunta a que además del “achicamiento”, el tema fiscal y las irregularidades en la materia se pueden llegar a posicionar en el primer plano para el segundo año de Gobierno.
La pregunta del millón sería entonces: ¿Podrá este novel “Caputismo” consolidarse y lograr semejante racionalización?