Escribe Susana Merlo
Las recientes medidas anunciadas por el presidente Mauricio Macri, para intentar aliviar la crítica situación en la que se debaten muchas empresas, en especial las pymes, resultaron más que escasas frente a la envergadura de la crisis.
Tuvieron, sin embargo, dos características que podrían considerarse positivas: a) por un lado, dejaron en claro que el Gobierno sabe perfectamente que es lo que tiene que hacer, y cuales son los problemas, y b) que están correctamente orientados hacia donde se debe apuntar.
Dicho esto, poco o nada más para destacar.
Suponer que puede constituir algún alivio real la propuesta de disminución de un porcentaje de las cargas laborales, para colmo, solo para las pymes, y de economías regionales, constituye una gota de agua en el mar.
Creer que un alivio relativo en los costos (alrededor de 10% en el total de la nómina salarial de este tipo de empresas) puede impulsar algún tipo de reactivación, o disparar alguna inversión de riesgo es, cuanto menos, infantil.
Y entender que con esta clase de anuncios se puede llegar hasta octubre, podría considerarse mágico, o milagroso.
En el campo y sus agroindustrias, donde las pymes son absoluta mayoría, la realidad hoy muestra que , si bien la vocación de producir sigue intacta, no hay con que hacerlo. Y, justamente por eso, es que muchas producciones están estancadas o en retroceso (fruticultura, lechería, etc.), otras se mantienen más o menos estables como la agricultura con movimientos variables en el volumen total que, en esta campaña, apenas superará los volúmenes de 2017 (antes de la sequía); y en otras como la ganadería, con crecimientos marginales, muy alejados del verdadero potencial, y de las necesidades que tiene el país para poder cubrir el consumo interno, y las posibilidades de exportación.
Muchos campos perdieron altos porcentajes de su producción en la campaña anterior, y para la actual, el costo del dinero fue exhorbitante, y aunque ahora las tasas bajaron un tanto, siguen siendo prohibitivas para un planteo productivo. Para colmo, en medio, se volvieron a cambiar las reglas de juego con una marcha atrás en las controvertidas retenciones, que volvieron a reimplantarse disparando alertas inmediatas entre los empresarios.
Es cierto que la producción agropecuaria es bastante rígida, las empresas siempre están embretadas y en general, deben “patear la pelota para adelante”. Es imposible cambiar los planteos de un ciclo a otro, y por eso, aún en las etapas negativas, el movimiento es inercial.
Cuando se cerraron las exportaciones de carne en marzo de 2006 (para proteger “la mesa de los argentinos), la producción tardó más de un quinquenio en caer casi 12 millones de cabezas, y mucho más está tardando en recuperarlas, a pesar de las comparativamente buenas perspectivas que sigue presentando la ganadería vacuna.
Para que el trigo llegara a su piso histórico de área tuvieron que pasar varias campañas, y recién en 2013 hubo que importar (calladamente) porque ya no alcanzó ni para el mercado interno. Desde entonces, pasaron 6 años para recuperar volumen y alcanzar un nuevo récord de producción.
Y así se podrían mencionar muchos ejemplos, aunque lo que nadie mide ni se proyecta, es cuanto más se podría haber producido, si las condiciones económicas hubieron sido las adecuadas, y estables. ¿En cuanto estarían hoy la Argentina, en 4-4,5 millones de toneladas de carne de las 3 millones actuales?, en 15.000-18.000 millones de litros de leche desde los apenas 9-10.000 millones a los que se cayó en estos últimos años?, a 150-160 millones de toneladas de granos, de los 130-140 millones (“reales”) que se proyectan para esta campaña?.
Lo cierto es que debería ser muchísimo más de lo que se produce. Seguramente, mucho más acorde con el crecimiento que tuvieron -y tienen- todos los países vecinos.
Pero para que tal cosa ocurra, además de la estabilidad, las políticas acordes con el objetivo de producir más (para poder exportar más), y la seguridad jurídica indispensable para las inversiones que se requieren, también es imprescindible recuperar rápidamente el ahora alicaído mercado interno que, a excepción de la soja, siempre fue el gran sostén de la producción de alimentos de la Argentina, y que hoy está en franco retroceso.