Escribe Susana Merlo
Casi ni a un niño se le ocurre “tapar el sol con las manos”. Es imposible.
Sin embargo, algunos bastante más crecidos, intentan (y reiteradas veces), algo casi tan inviable como ocultar el sol con las palmas: controlar los precios.
Los vanos intentos históricos, algunos bastante recientes, parecen no hacer mella en el voluntarismo de quienes creen que por el solo hecho de haber llegado a “funcionario público”, el mundo, sus alrededores, la ciudadanía, y hasta los mercados, van a responder automáticamente a su voluntad.
No sirve lo que ocurrió antes. No es válido. Creen que por alguna clase de magia, el dicho: “no se puede lograr un resultado distinto, si se hacen las mismas cosas”, perdió validez.
Pues no es así, y cuanto antes se enteren, menores serán los daños que le causen -nuevamente- al país, y a los que viven en él.
¿A quién se le ocurre que, si aumentan los costos de producción, la presión impositiva, los combustibles y, por ende, los transportes, entre otras cosas, los precios de los productos no van a subir de precio?
¿Quién en uso de su raciocinio puede suponer que solo con la “voluntad” del funcionario de turno se logrará, mediante una orden (decreto, etc.), que el mostrador no acuse recibo de los aumentos?
¿Cómo suponen los responsables (?) de la economía que alguien puede reponer las materias primas y los bienes intermedios para volver a tener productos para vender, si no traslada los mayores costos de sus insumos? Los presentes, y los futuros?
¿Quién pone las diferencias?
Es todo tan absurdo que, si no fuera cierto, parecería una mala película de ciencia ficción, pero lamentablemente es cierto y en esa debacle se encuentran hoy los argentinos y sus sectores productivos.
Ni hablar de aumentar la eficiencia, de achicar los gastos, de bajar la carga impositiva y las cargas sociales, de recortar drásticamente el famoso “costo argentino”, o de aplicar en el Estado la misma simple norma que se utiliza en cada casa donde, todavía, se gasta lo que se genera. Dicho de otra forma, no se puede gastar más de lo que se gana. Ni en una casa, ni en un país.
Esa norma tan simple no es aplicada por el Estado, mejor dicho, por los gobiernos que son los responsables de “administrar” el Estado que, al fin de cuentas, somos todos.
Así, sucesivamente se fue haciendo costumbre que ante cada problema financiero, se emite, o se inventa un impuesto/tasa nueva, o se incrementan algunos que ya existen, todo mientras el Elefante (el Estado) sigue creciendo entre otras cosas, porque aumenta la ineficiencia en el gasto público (se gasta más y peor), y porque cual una cebolla, se siguen agregando capas de funcionarios públicos. Cada nueva administración agrega los suyos, pero no se saca a los anteriores.
Pero la pregunta entonces es, ¿y esa fiesta quién la paga?
Hasta ahora, ni más ni menos que los contribuyentes; o sea, los ciudadanos que pagan impuestos con los que se sostienen las ineficiencias públicas, y a los desocupados.
Y en ese grupo inmenso, pero de muy poca, o ninguna voz, ahí revisten especialmente los rubros de producción directa, entre los cuales “el campo”, tiene un rol especial ya que además de todos los aportes que hace como el resto de los sectores, también soporta las retenciones, o impuestos a la exportación que en los últimos 15 años, le “dieron” a los sucesivos gobiernos, más de U$S 130.000 millones de aportes que difícilmente puedan ser rastreados en obras públicas, mejoras en la educación, o en la salud pública.
Y si no están visibles en las cuestiones de “bien común”, ¿adonde fueron a parar?
Como si fuera poco, salvo en lapsos muy breves, también al campo se lo indicó como el responsable de la famosa “mesa de los argentinos”, muletilla que parece habilitar a meterse en los mercados manipulando los precios, con lo que se impide que el productor o fabricante pueda compensar sus costos, pero que tampoco logra que el consumidor se vea beneficiado, pues el problema está en otro lado.
Se vio en los últimos días con la carne, sanciones, nuevos registros, más burocracia, más riesgo de corrupción… Y seguramente también se va a intentar con los granos y otros productos, con el único resultado del desabastecimiento, del desincentivo a la producción (lo contrario de lo que se necesita), y con los precios igualmente altos.
Porque en realidad, ¿hay varias formas de ver el problema? Por un lado, no es lo que valen los productos, sino que a la gente no le alcanza para comprarlos = más salario real.
También se puede atacar mejorando la eficiencia = baja del costo argentino, menores impuestos por mejor asignación del gasto, etc.
Otra sería el incentivo a la producción para que con un aumento genuino de la oferta, se neutralice la presión de la demanda = política de Estado para transformarse en un verdadero productor de alimentos.
O, lo más lógico, un mix de todas estas cuestiones pero, como la lógica no es lo que más abunda por estos lares, entonces se vuelve a las recetas fracasadas de siempre, y el país sigue estancado como hace más de una década, perdiendo oportunidad tras oportunidad.
Como se dijo al principio: es imposible tapar el sol con las manos…
¿Qué hará falta para que se enteren?