Escribe Susana Merlo
Habitualmente se define al “campo”, como un sector “llorón”, y es así. Cuando no es el clima, son los mercados internacionales, y cuando no el vueltero gerente del banco, u alguna otra cosa. Sin embargo, y como en todo, siempre algo de razón hay. Es que son muy pocas las veces en que todos los planetas se alinean y las cosas salen como se las planificó al principio, o sea, alrededor de un año atrás (como mínimo).
Y ese es otro de los elementos muy difíciles de manejar, ya que la producción agropecuaria, en general, es de mediano y largo plazo. Las inversiones se deben amortizar en varios ciclos; los avances de manejo se logran en varias campañas sucesivas, cuando no en décadas. Pero resulta que la Argentina se va tornando en un país cada día más imprevisible, y donde los lapsos entre cambios se van achicando exponencialmente, al punto que dentro de una misma administración política puede haber decisiones absolutamente contrarias (por ejemplo, eliminación de retenciones, y reimplantación de retenciones dentro del mismo gobierno), o anuncios en un sentido que poco tiempo después se redireccionan exactamente en la dirección opuesta.
Obvio que en tales condiciones es casi imposible programar un sostenido desarrollo empresario, excepto que sea una gran compañía, con muy anchas espaldas financieras, capaz de esperar los cambios de ciclo e, incluso, aprovechar los espacios de mercado que le fueron dejando los que se cayeron por el camino.
Esto es muy fácil de ver en algunas actividades, como la lechería, prácticamente estancada en los volúmenes de producción de hace 15 años o más, y que registra una continua caída en la cantidad de tambos. Sin embargo, muchos de los que siguen en carrera son cada vez más grandes.
También se puede ver en la fruticultura, o en actividades que mermaron significativamente, como la producción ovina (tanto de carne como de lana), sin hablar los 20-22 millones de hectáreas potenciales para forestación que siguen sin ocuparse. Ni hablar de otros rubros con inmenso potencial como las frutas tropicales, la piscicultura, o los productos orgánicos, entre muchos otros.
¿Pero quién se anima a invertir en semejantes condiciones? Es sabido que cuando hay inestabilidad, inseguridad jurídica (sin mencionar a las otras), altísima presión impositiva, o intervención en los mercados, entre varios reiterados defectos, son muy pocos los que se pueden decidir a invertir, y eso cuenta tanto para los capitales locales, como para los del exterior.
Solo quedan “los de siempre”, pero a media marcha, haciendo solamente lo indispensable para mantener el esquema en movimiento hasta que vuelvan los buenos vientos. Por eso, los más de 11 millones de cabezas de vacunos que se perdieron hace algo más de una década, aún no se terminan de recuperar y, aunque pocos lo digan, constituyen una de las causas de la actual firmeza de los precios ganaderos: la escasez local, sumada a la firmeza del mercado internacional.
Aún así, el sector agroindustrial argentino es el principal inversor con que sigue contando el país, con montos que superan holgadamente los U$S 20.000 millones por año, solamente para las actividades centrales, como la agricultura de cosecha y la ganadería.
¿Qué pasaría entonces si se adoptaran políticas de estabilidad fiscal como en Chile o Uruguay, o de definiciones claras como la Ley Agrícola de EE.UU. de vigencia quinquenal, o para no ir tan lejos, con definiciones claras de estrategia país, como se hizo en Brasil, lo que le permitió escalar a los primeros puestos como proveedor mundial de alimentos, en poco más de tres décadas?.
La respuesta, obvia, sería que Argentina podría lograr exactamente lo mismo. De hecho, hacer lo contrario es lo que determinó que siga retrocediendo en el mapa productivo mundial, e incluso respecto a los vecinos, a pesar de los extraordinarios avances tecnológicos de los últimos años, que son los que en realidad, impidieron que el estancamiento fuera más estrepitoso..
¿Y qué se puede esperar ahora para este 2022?
Poco y nada, más allá del clima y los mercados internacionales.
En el plano local ya no hay expectativas de que se cambien drásticamente las políticas cortoplacistas de recaudación. Nadie espera ni medidas a favor de la producción, ni un achicamiento y mayor eficiencia en el gasto público, como para tener que “exprimir” menos al sector privado.
Falta tanta creatividad para idear políticas, como responsabilidad para aplicarlas, y eso es casi tan generalizado en la Nación como en las provincias; y en los Ejecutivos, como en los legislativos, lo que se comprobó lapidariamente hace muy pocas semanas atrás.
Y es cierto que la capacidad de reacción de Argentina es sorprendente, y más aún su producción de alimentos pero…, ¿hasta cuándo se puede seguir tensando la cuerda?